Un Futuro Incierto

En tiempos pasados nuestros padres nos exigían prepararnos en los estudios y como personas para trabajar por un futuro mejor.

Pero hoy en día tal parece que las cosas no tienen un enfoque.

Futuro.. Adiós.

 
 

15 de Septiembre dia de la Independencia de México.

La fecha en que celebramos la independencia de nuestro gran país México.

Si, celebremos.

Pero celebremos con tesón, con nuestro trabajo, con pasión. Con respeto.

Si, nuestro país tiene sus conflictos pero qué país no los tiene.

Celebremos con la firme convicción que el progreso de nuestra nación también está en nuestras manos. 
Recordemos que cada una de nuestras acciones también repercute en la imagen de nuestro país.

Creo que no es nada nuevo, y es de todos sabido que: si fomentamos corrupción veremos corrupción.
Si fomentamos violencia claro que veremos violencia. 
Si fomentamos la armonía; la paz y el progreso trabajando y esforzándonos día a día ¿Cuál sería el resultado?
 
No podemos solo señalar o buscar culpables. 
Hagámonos responsables de nuestras acciones. Demostrémosle a la nueva generación de mexicanos que todo logro y todo buen resultado es el fruto de un buen trabajo, de un buen esfuerzo.    
 
No seamos mexicanos de un solo día o de un mes.
 
Gritemos: ¡Viva México! sintiéndolo en el corazón y en la sangre, convencidos que nosotros haremos de esta nación, una nación aun mejor.
 
Celebremos que nuestro país a pesar de todo, es un país libre: somos libres.
 
Amigos míos, celebremos que orgullosamente somos Mexicanos, y que mañana nos entregaremos a la tarea de hacerlo aun mejor de lo que es.
 
Así que con valor, con respeto, y con gran agrado gritemos:
 

 

Le dediqué unas palabras a mi madre.

Hay días en que el corazón amanece con un sentimiento de soledad, de incertidumbre o de bondad. Sentimientos encontrados que nos provocan el sentirnos algunas veces nostálgicos o con cierto toque de felicidad, considero que todo depende quizás de los sueños o lo que en nuestra mente navegue en esos momentos.

Tal es mi caso.

Una mañana, amanecí pensando en mi madre.

No sé.

Tal vez se deba a que tiene mucho tiempo que no la he visitado o que no le he llamado por teléfono; quizás por todo eso, han venido a mi mente todos aquellos momentos de mi niñez.

De las veces que me llevaba al mercado cuando vivíamos en la Ciudad de México.

Las ocasiones que se la pasaba en vela porque alguno de nosotros enfermaba.

Las veces que la citaban a la dirección de la escuela para darle la queja por alguna travesura cometida por mí.


De aquella ocasión en la que caminábamos a casa bajo una lluvia intensa, al transitar por ese camino pedregoso; por accidente, resbalé y caí precipitándome hacia las rocas que dividían el barranco y nuestro camino.
Caí impactando mi frente sobre una de esas rocas: el dolor fue tan intenso que como era lógico, comencé a llorar por el fuerte golpe.

Mamá enmudeció al verme caer y no pudo reaccionar, yo luché por sujetarme de algo para no seguir cayendo mas allá raspándome los brazos y las manos con los matorrales y las rocas afiladas. 

La lluvia incesante precipitándose sobre nosotros. 

Me incorporé y sujetándome de algunas ramas  literalmente me arrastré hacia la superficie. 
Mamá me guiaba con la voz:

-¡Ten cuidado hijo, sujétate con fuerza!- me decía.

Mientras intentaba llegar a la cima Mamá miraba con insistencia mi rostro mientras me decía:

-¡No te preocupes hijo, vas a estar bien!-


La lluvia no cesaba, por mi cara sentía el escurrimiento de sus gotas.  
Aferrándome a una roca firme y motivado por el fuerte dolor que sentía, llevé mi mano a la parte donde surgía ese dolor intenso. Al retirarla descubrí la sangre que brotaba de mi frente, estaba a punto de entrar en pánico pues la hemorragia era intensa cuando de pronto, sentí la mano de mi madre aferrarse a mi brazo: 

-¡Tranquilo hijo. Tranquilo!-

Decía mientras me cobijaba en un abrazo. 

-¡Lo siento madre; lo siento, debí tener mas cuidado!-

Le decía llorando mientras me abrazaba sin importarle que mi sangre manchaba su vestido.

-¡Está bien hijo, tranquilo!- decía dándome calma.

Revisó mi herida y como pudo la cubrió para evitar una infección, llegando a casa se encargó de hacerme las curaciones pertinentes.

Todos esos recuerdos golpeaban mi mente. 

Sentí mucho el no estar más en contacto con mi madre pues todos sus hijos e hijas vivimos en ciudades diferentes e incluso en otro país, y era razonable que mi madre se sintiera sola alejada de nosotros sus hijos.  

Finalmente hice esa llamada. 

Mamá se mostraba sonriente mientras conversábamos, de un momento a otro pasamos a los recuerdos. Mamá de pronto mostró su pesar y su melancolía, la tranquilicé diciéndole lo mucho que la extrañamos, lo mucho que la queremos, se disiparon sus lagrimas y sonreía de nuevo. Nos despedimos.


Pasados unos días le llamé nuevamente. Era el día de su cumpleaños, la felicité como es debido y le dediqué estas palabras.

Cuando veas brillar el sol en el horizonte, cuando la luna te ilumine acompañada de sus estrellas; cuando un ave se aproxime al lugar donde te encuentras y te regale su canto: Mamá, piensa que somos tus hijos que aunque lejos siempre pensamos en ti y que de esa forma el señor te transmite nuestro amor.    

He de mencionar que todas las mañanas, a modo de saludo, elevo una plegaria por mis queridos padres.  

Hasta aquí mi breve historia.
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Como siempre, recibe un abrazo.
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Un angel me ofrecio flores



Hace unos días (un Sábado) mientras caminaba en unas de las calles de la Cd. de México después de realizar un trabajo que debía presentar el día lunes: me disponía a ir a casa; como siempre, cuando termino la jornada laboral o algún trabajo específico, suelo tomar una breve caminata para relajarme, eso hacía justamente esa ocasión: caminaba y contemplaba mi entorno mientras cavilaba y ocupaba la mente pensando en algunas cosas. Es algo que me gusta hacer y disfruto mucho; de igual forma, suelo fotografiar algo que me llame la atención pues me gusta coleccionar imágenes de diversos momentos. Así transcurría esa tarde. Todos los días nos encontramos con distintas personas en la calle y creo que son muy pocas las que de alguna forma atraen nuestra atención. Continuaba mi marcha cuando de pronto me encontré con una niña de aproximadamente 7 u 8 años de edad que al verme se me acercó y con su tierna voz me dijo:
-¿No compra flores?-


Yo me quedé estático. Traía en la mano depositados en una bolsa que te proporcionan en aquella cadena de papelerías, el trabajo que hace unos minutos había elaborado; eran impresiones a color, cotizaciones y diseños engargolados para presentar el proyecto a uno de mis clientes.

Enfoqué mi vista hacia ella: con una mirada dulce y angelical con un dejo de agotamiento y angustia dijo de nuevo:

-¡Cómprame rosas, son de a $10.00 el ramo!-

Mi conciencia me decía que debía hacer algo por esa dulce nena que a su corta edad ya se enfrentaba al duro trabajo: no sé si realizaba esa acción por iniciativa propia para subsistir o porque era obligada por sus padres; lo que sí es que la niña hacia lo posible por realizar bien su labor lo cual tiene un gran mérito.

La niña hacía un gran esfuerzo para sostener con sus pequeños brazos la cubeta repleta con ramos de rosas en diferentes colores envueltos en celofán.
Pensé que era momento de quitarle un poco de peso a los pequeños brazos de la niña.

Mientras me miraba firmemente sosteniendo la cubeta repetía una vez más.

-¡Ándale, cómprame!-

Hubiera realizado la compra sin tantos ofrecimientos de la dulce niña pues, sé lo que es padecer esa situación pues también enfrenté el trabajar a temprana edad, ese era el mejor aliciente para ayudar a la dulce niña, entonces, a modo de hacerle un poco mas ameno el trabajo le dije:

-¡Qué ramo te gusta más!-

Depositó la pesada cubeta en la banqueta y me señaló un ramo.
-¡Bien, dame ese!-

Muy atenta y un tanto emocionada me entregó mi ramo, mientras lo hacía, nuevamente le dije:

-¡Cual otro te gusta mas!-

Me señaló otro ramo.

-¡Está bien: dame ese también!- le dije. Emocionada me hizo entrega de mi otro ramo de rosas.

Con las manos ocupadas, como pude, introduje una mano a mi bolsillo para extraer el efectivo para pagar mis ramos. Por suerte un billete de $20.00 se hizo presente facilitándome las cosas, entregué el billete a la niña que sonriente depositó en una pequeña bolsita. Le agradecí, me agradeció y abrazó la cubeta con flores y poco a poco se alejó.

Yo también  continué mi marcha pensando en lo que me había sucedido hace unos minutos. Un ángel se acercó a ofrecerme flores. Una diminuta personita a una edad en la que debería estar jugando o pasándola bien sin preocupaciones: caminaba por la calle ofreciendo flores para ganarse la vida. 


Eso realmente me había inspirado. 

Muchos de nosotros aún sentimos ese temor o ese nerviosismo al llevar a cabo nuestro trabajo: sentimos nerviosismo y algunas veces temor: la niña me dio la lección pues nunca pensé que se acercara a ofrecerme flores y lo hizo. Quizás no pensó que pudiera comprar, pero logró convencerme, fue tal su poder de convencimiento que le compré 2 ramos y la lección fue, que si hacemos las cosas con buena actitud, convencidos de lograrlo y sin titubear, lograríamos un poco más de lo que tenemos como expectativa.
Eso sin mencionar que en casa me esperaba alguien que le encanta las flores: sin querer hice 2 buenas acciones esa tarde.

Seguiré comprando flores, y si es a ese ángel mucho mejor, pues su trabajo me ha regalado eso que siempre debemos tener: Inspiración.

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Por qué somos pobres


Cuando era niño, mi querido padre me llevaba a su lugar de trabajo los días sábados que es el día en que la jornada laboral culmina a las 13 horas. 
Papá trabajó en la construcción como contratista por un largo tiempo dentro y fuera de la ciudad por lo que había largos periodos en que se ausentaba de casa.
Al ser la cabeza de la familia ¡un tanto numerosa!, se esforzaba mucho por solventar todos los gastos en casa como pagar el alquiler del lugar donde vivíamos, la manutención  y todo lo necesario para brindarnos una vida lo mejor posible.

Cuando contaba con algún desarrollo en construcción a su cargo en el D.F. Me llevaba a conocer un poco de lo que hacía: esto un tanto por brindarme una distracción y un tanto por el afán de mostrarme el costo de ganarse la vida para subsistir. 

Al término de la jornada, aprovechaba para llevarme a dar un paseo por las calles del centro histórico de la Ciudad de México, algunas veces para adquirir alguna herramienta de trabajo o sólo a caminar. 

Mientras realizábamos nuestro recorrido, conversábamos de tantas y tantas cosas sobre la vida y su juventud en el D.F. y sobre nuestra situación.
Mi padre trabajaba mucho lo cual me hacía admirarlo aún más. Pero una tarde, mientras conversábamos caminando por las majestuosas calles del Distrito Federal de aquellos años; le formulé una pregunta:

-¡Papá! ¿Por qué somos pobres?-
Mi padre me miró extrañado y dijo:
-¡¿Por qué dices eso?!-

Entonces desplegué todos mis argumentos, mismos que días atrás mi pequeño cerebro de niño había formulado.

-¡Papá, pocas veces estas en casa; pocas veces hemos viajado. He visto a los demás niños celebrar con sus padres sus cumpleaños o navidad, salen de paseo, en fin.. y lo entiendo: pues somos pobres!- le dije. 
Durante mi monólogo papá no apartó su vista de mí mientras daba mi argumento. Finalmente me contestó con una pregunta:
-¿Tú crees que eres pobre?-
Sólo asentí.

Jugueteó con mi cabello, y colocó el brazo sobre mi hombro a manera de abrazo y me condujo por las calles del centro histórico sin aparente prisa. Seguimos nuestra marcha sin ningún contratiempo y nada que nos perturbe.


Mientras caminábamos, descubrimos a unas personas apostadas sobre la acera. Era una familia conformada por la señora, el señor y 2 niños de aproximadamente 5 y 6 años. 
Al pasar junto a ellos, papá depositó unas monedas en la mano extendida de la señora y seguimos de frente.

Después de unos pasos, finalmente mi padre dijo:

-¿Viste a esas personas?-

-¡Sí!- Respondí
  

Cuestioné absorbido por la curiosidad.

-Pero, ¿Por qué les diste monedas?-

Papá contestó serenamente.

-¡Hijo, es una forma de ayudar pues esas personas no lo tienen; sus hijos están descalzos al igual que ellos, no tienen donde vivir pues se nota que no se han aseado y tampoco comen bien pues los niños se ven desnutridos. Les obsequié unas monedas pues con eso podrían adquirir algo de comida para hoy, y porque es triste ver a personas así; sobre todo a unos niños como ellos: sin probar un buen bocado, sin el vestido adecuado.. Descalzos. 

También es una forma de agradecerle a la vida que mis hijos: ¡ustedes! no padecen de una situación así; ustedes tienen siempre la mesa puesta con los alimentos disponibles en casa. Si, pagamos un alquiler pero a final de cuentas, tenemos donde vivir y también cuentan con ropa y calzado. Compartir un poco de lo que tenemos es agradecer la bendición de contar con lo suficiente para poder vivir!- Finalizó


-¡Ahora dime. ¿Eres pobre?!- preguntó finalmente.


Entonces con mi percepción sobre nuestra pobreza hecho pedazos, y con un enfoque distinto contesté:


-¡No papá. No somos pobres y todo gracias a ti!-

Y continuamos recorriendo las calles del centro histórico.


Muchas de las veces nos encontramos sumergidos en nuestra situación que en ocasiones, no es tan complicada sin embargo,  le prestamos toda la atención  y nos encerramos en una burbuja llena de conflictos y no somos capaces de ver más allá, sin darnos la oportunidad de ver que existen situaciones más complejas que las nuestras, que existen personas que aun y con toda la abundancia padecen de ciertas adversidades.  

Valoré todo lo que en ese momento tenía y comprendí y agradecí el arduo trabajo de mi padre.


Comprendí que hay muchas formas de ver la pobreza: desde cuando hace falta el cariño y al amor de los padres aunque nos brinde todo, hasta cuando no se tiene nada: incluso qué comer.

Yo veía la pobreza de manera errónea pero al ver a esas personas en la acera pidiendo una moneda, comprendí que era afortunado con todo lo que tenía disponible. Que mi pobreza radicaba en no darle el mérito y el valor a lo que mi padre hacía por nosotros y que aun con todo eso, se daba el espacio para compartir un poco de su esfuerzo con alguien más necesitado que nosotros.


Comprendí que no es grande el que tiene las mejores intenciones o el mejor sentimiento, sino el que ayuda aún y sin tener una gran fortuna.

Hasta aquí mi breve comentario de hoy.



Un humilde homenaje a mi padre.

A mi héroe.

Te quiero Pa.

Amigos. Gracias por leer mi blog.


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La satisfaccion de ayudar


Cuando cambiamos de oficina hace ya algunos años, por obvias razones, debíamos cambiar todo. Desde el trasportarte pasando por el contabilizar el tiempo de arribo a las nuevas instalaciones lo cual en unos días quedó superado, sin ningún problema. 
De nuevo tocaba la tarea de ordenar todos los muebles de oficina y demás, lo cual realicé en el trayecto, pues también estaba el tema del trabajo. De darle prioridad a la producción y visitar clientes.

Una vez superado esto, y con el paso de los días, fui conociendo los alrededores pues debía ubicar las diversas oficinas de servicios como sucursales bancarias, teléfonos, paquetería o de gobierno en fin, todo lo necesario para poder llevar a cabo el trabajo.

Poco a poco fui conociendo al personal de los diferentes lugares a los cuales asistía y con quienes conversaba mientras realizaban mis trámites. 

Soy de esos tipos que gusta de conversar y conocer personas. 

Al decir esto y mientras escribo este blog, me siento un poco decepcionado de mí mismo en ese sentido. Con el pasar de los días, en una de esas visitas a una de las instituciones bancarias al que en esa ocasión acudí para realizar un pago de servicio; como todo usuario, tomé mi lugar en la unifila, habían alrededor de 10 personas formadas lo cual era aceptable comparado con algunos días en las que la fila suele extenderse hasta la entrada de la sucursal. 

Tomé mi lugar y como es clásico, a tomar el tiempo que los demás usuarios tardan en realizar sus trámites y seguir avanzando paso a paso.

Suelo siempre estar atento a lo que sucede a mi alrededor y de las personas en determinado lugar, por cuestión de seguridad y por precaución.

La fila avanzaba con un tiempo aceptable. 
Detrás de mí la gente seguía llegando mientras yo me aproximaba poco a poco a mi turno, delante de mí, había un muchacho de unos 20 años aproximadamente, un tipo normal  a simple vista. En eso, una de las chicas de la caja llamó al siguiente: era justamente el muchacho.
Se encaminó a paso lento y ya no presté atención, me concentré en mi llamado pues era el próximo a pasar a una de las cajas.

Todo transcurrió así, normal: como la mayoría de las cosas en el mundo, sin prestar atención a nada. 

Días después, nuevamente en la unifila pero en otra institución bancaria, como siempre suelo hacer, eché un vistazo el entorno y me dispuse a esperar mi turno. El muchacho nuevamente delante de mí separados por 2 personas, eso me dio la oportunidad de contemplar su rutina: no porque me fuera sospechoso sino que anteriormente había detectado algo inusual en su visita a una de las oficinas bancarias a la que yo había asistido. Mantuve mi atención centrada en él sin mostrarme tan evidente, llegó el momento: su turno, al oír el llamado nuevamente se encaminó lentamente y entonces noté que se le dificultaba el caminar, llegó a la ventanilla y le mostró al encargado de la caja una bolsa de dulces, yo mantenía mi atención en mi proximidad a mi turno y en lo que ahí ocurría: en eso, el muchacho recibió unas monedas y se retiró.

Llegó mi turno y todo pasó de nueva cuenta.

Desde que era niño de alguna manera desarrollé ese sentido de grabarme el rostro de algunas personas aunque no tuviera ninguna relación o contacto amistoso.
Tras pasar unos días, de nueva cuenta coincidimos en la misma oficina bancaria y ésta vez me tocó formarme justo detrás de él. 

Puse atención. 

Muy sereno y tranquilo mantenía su lugar. De repente balbuceaba mientras volteaba a ver su bolsa de dulces. Por suerte ese día no había mucha gente y la espera fue muy corta. 

Llegó su turno y fue llamado: otra vez se trasladó a paso lento con la bolsa en la mano, en ese momento también fui llamado a una de las ventanillas que era atendida por una chica con quien ya entablaba una conversación en cada visita, ese día debía hacer varios pagos lo que me dio tiempo para conversar con ella. No perdí la oportunidad de preguntarle sobre ese personaje. 

Me contó que aquel inocente muchacho, únicamente se formaba para poder pasar a las ventanillas a venderles paletas o dulces. pensé que era una locura pero un día me lo encontré en la calle acompañado de otra persona, y entonces descubrí que padecía de un problema motriz, tenía parte del cuerpo con un porcentaje de parálisis que le impedía caminar bien. 

Tenía una de sus manos también limitada en movimiento. 

Se le dificultaba el habla, se le comprende pero no lo hace de manera fluida como una persona normal por llamarlo de alguna forma: fue entonces que entendí su rutina. Vende dulces en la calle, se interna en las oficinas como en los bancos para ampliar su capacidad de venta: imagino que de esa forma subsiste mientras yo sin imaginar su estado estúpidamente pensé que era una locura sus rutinas en las sucursales bancarias de la colonia, sólo para ofrecer sus dulces. Me arrepentí de ello y de alguna forma quería limpiar mi conciencia. 

No lo volví a ver después de esa vez.


Hoy me lo encontré de frente, como siempre; con una bolsita de plástico en la mano. Me saludó y no dejé pasar la oportunidad:

 -Cómo estás. Le pregunté

 Extrañado volteo a mirarme y dijo: -¡Bien!-

 -Qué vendes hoy. le pregunté.

 -Chicharroncitos. Contestó.

 -¿Me conoces? dijo.

 -¡Te he visto por aquí amigo! Contesté

 -¡Ah, Sí. Vendo por esta zona! Me decía.

Conversando le pedí me vendiera una bolsita.

-Son 2 bolsas por $5.00¡- afirmó.

 -¡Bien. Dame 2 bolsitas. le indiqué.

Mientras extraía los sobres del producto de la gran bolsa de plástico, busqué en mis bolsillos, una moneda de $5.00 o alguna de $10.00 para comprar un par de bolsitas de chicharrones con el afán de ayudarle aprovechando la oportunidad. 
Sólo contaba con monedas de $1.00 y $0.50. De mi cartera extraje un billete de $20.00 y se lo entregué a cambio del par de bolsas, se lo entregué preguntando si tenía cambio, a lo que respondió un tanto apenado:  

-¡No. No tengo, caray!

No lo dudé y mi respuesta fue

 -No te preocupes, déjalo así.

-¿En serio?- interrogó.

-¡Está bien amigo!- le dije.

Me entregó mi par de bolsas. Le agradecí, él también agradeció, y a continuación me despedí pues debía continuar con el trabajo.   

-¡Gracias. Cuídate!- 
Le dije y me marché.

Comencé a caminar, di algunos pasos; de pronto lo escuché decir con una expresión de emoción.

-¡Órale, que buena suerte!-

Mientras caminaba voltee a verlo y miré que contemplaba el billete que hace unos segundos le había entregado: sentí un alivio, una satisfacción por eso, comprendo que no era gran cosa lo que había hecho pero, sentí un poco de paz al verlo feliz, también por esa oportunidad de redimirme ayudándole por lo menos con algo. 

Más adelante nuevamente extraje mis monedas para corroborar las denominaciones y justamente contaba con 5 monedas de $1.00 los cuales pude haber usado para esa compra, pero me dio mucho gusto poder colaborar con $15.00 con aquel muchacho.
Sentí una tremenda admiración de ese personaje que a pesar de su discapacidad, se atrevía a salir y luchar para subsistir cuando existen individuos que aún y contando con todas sus facultades, prefieren arrebatar las pertenencias de las personas que con mucho esfuerzo se ganan la vida día a día a base de trabajo y entereza.

Comprendí también que no hay límites cuando de vivir se trata.
Que existe una diferencia entre la capacidad de una persona normal y una persona con alguna discapacidad y es que, quienes padecen de alguna limitación física, desarrollan algún otro sentido para poder sobrevivir mientras que una  persona normal (por llamarlo de alguna forma), al no sufrir ni padecer de algo que le impida desplazarse o realizar su vida normal, no es capaz de esforzarse más allá de sus capacidades.
Me sentí más tranquilo con esa acción.
Si vuelvo a ver a ese muchacho, tengan por seguro que le compraré algunos de sus dulces para endulzar mi día y ayudarle con lo que me sea posible hacer de su momento, un día  más ameno.

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La recomendación de la semana (pulsa el titulo para leer)

Por qué no Respetan los lugares reservados

Hola amig@s Como siempre y (creo que lo he repetido infinidad de veces) pero me da mucho gusto saludarles y enviarles un muy fuerte abra...