Ya no hay Hombres



—Qué. ¿Unos pinches madrazos?
—Va wey, tú y yo, solos.
—Va. Que chingue a su madre el que se meta. ¿Sale?
—Órale. Nos vemos en la calle.

Y más tarde, se reunían en el lugar elegido.

Las reglas ya estaban establecidas.

Los contrincantes se alistaban. 

El problema que llevó a este punto, había quedado en segundo término.
El presente era, saldar las cuentas, pues uno no podía quedar mal.
Ni con el contrincante ni con el grupo.

El acompañante: a la distancia. 
Como dije, las reglas inherentes, se hacían presentes porque la palabra de los protagonistas valía por más que los amigos quisieran intervenir.

Los dos hombres iniciaban el enfrentamiento.

Una derecha al rostro que recibía como respuesta un puñetazo en un costado.

Los golpes se hacen repetitivos. 

Los golpes van y vienen en busca de un punto clave para neutralizar al contrincante.

Surgen las patadas que buscan desequilibrar.

Los brazos aprensan el cuerpo del individuo que se defiende como hiena.

El enemigo aplica una pinza al cuello intentando llevarlo a la sumisión llevándolo poco a poco al piso incluyendo algunos rodillazos. 

Pero las reglas inherentes dictan lo preciso.

—Ponte de pie. Vamos.

Era una forma de honrar al contrincante: al enemigo.

Eso era de hombres. De verdaderos hombres.

A pesar de lo que hubiese provocado el enfrentamiento, aun así, se honraba y se solucionaba el conflicto con honor.

El enemigo al fin de pie, vuelve a la carga y los puños vuelan nuevamente reventando los labios o causando hematomas en los pómulos del de enfrente. 

El tiempo transcurre y el agotamiento es evidente pero nadie muestra signos de rendición.

Los pasos de un lado a otro como caminando en círculos amenazan y buscan la sorpresa de un nuevo ataque.

Muchas de las veces hubo un vencido y un vencedor.

Pero hubo hombres que al ver una lejana sumisión y saciado el coraje o rencor, lanzaban una invitación.

—Ahí muere.
— Está bien, ya estuvo.

Y se alejaban cada quien con su grupo.

Pasados los días, los protagonistas inevitablemente se volvían a encontrar, pero la palabra de hombre prevalecía y no cruzaban palabras, sólo las miradas, y continuaban su paso hasta que el mismo tiempo limpiaba todo aquello acercándolos en su mayoría, a una latente amistad.

El rencor desaparecía. Nada manchaba el presente.

Y así eran los hombres en el pasado. Hombres que sabían respetar su palabra: hombres con valor, y que dejaban todo lo sucedido para tomar las riendas de la vida: de sus vidas.
Hombres que sin duda merecen respeto.

Desafortunadamente en la actualidad, no es así. 

Antaño, una vez librada la batalla, todo aquello se iba quedando en el olvido y un buen día, los acérrimos rivales: por azares del destino, terminaban siendo buenos amigos.

Hoy en día, aquel cuya derrota o debilidad fue expuesta en una pelea, no es capaz de afrontarlo como un buen hombre, por el contrario: toma la actitud más cobarde y deplorable que pudiera existir, y junto con otros individuos que al igual que él, muestran su inexistente hombría atacando de forma artera y cobarde, a aquel que con sumo valor, salió victorioso en el enfrentamiento.
Todo esto, porque en su infancia, no le enseñaron el gran valor de ser hombre. 

En el presente, he visto en los diversos medios de información, escrito y electrónico, cómo existen individuos con un nulo sentido del valor y de la moral.

Todo esto, ha modificado sustancialmente el entorno social y deja al descubierto la educación que recibimos en el pasado, y la educación que se aplica en la actualidad.

En el pasado, nos enseñaron a afrontar los errores y las consecuencias de cada uno de nuestros actos, y asumíamos los resultados y la responsabilidad y la inevitable reprimenda.

Difícilmente engañábamos a nuestros padres pues de alguna forma inexplicable, detectaban que detrás de nuestras torpes excusas había algo que nos señalaba como culpables.

Eso nos enseñó el gran valor de la honestidad y nos impulsaba a crear un carácter y un criterio propio con el cual aprendimos a regirnos por la vida.

Fuimos haciendo consciencia sobre el resultado de nuestro comportamiento y al mismo tiempo, aprendimos a salir de los conflictos creados por nosotros mismo sin tener que recurrir o esperar la intervención de alguien más para salir del problema propio.

Hoy en día, existe un gran porcentaje de padres solapadóres que lejos de inspirar a sus críos a asumir sus responsabilidades, minimizan su negligencia argumentando algún trauma, o refugiándose detrás del absurdo argumento de que son niños y no saben lo que hacen. O simplemente, los defienden por la causa natural, de que son sus hijos, y de tras de eso, se oculta la nula atención y el desinterés de guiarlo por el camino correcto. 

Y así, crece día con día, la interminable lista de delincuentes que son criados desde la intimidad de un hogar, y en un núcleo familiar que van desde la clase alta hasta la clase baja proporcionando a la sociedad, muchachos sin escrúpulos ni sueños fincados lo cual es terrible. 

Claro que estoy en contra de la violencia, y es por eso que escribo este blog, pues como dije antes, cada vez leemos y vemos que esto va en incremento.

Sí, estoy en contra de la violencia, y es que crecí en un entorno donde era parte de nuestra educación, un castigo o trabajar para escarmentar y saldar algún error o un mal comportamiento, pero así fue que aprendimos y crecimos con la firme convicción de luchar y trabajar.

Sí, estoy en contra de la violencia, pero en mi niñez también aprendí con un golpe, y no es que eso me haya llevado a crear una mega empresa o acumulado alguna gran fortuna: pero eso me enseñó a ganarme la vida lo más decoroso posible, y es, trabajando: algo que una parte de la juventud o de la adolescencia actual aún no conoce.

Sí, estoy en contra de la violencia pero creo que a los ojos de muchos en la actualidad, violencia es no educar a tus hijos y sobre protegerlos e ignorar su realidad en su crecimiento.

Violencia es: cubrirse los ojos ante la realidad de lo que se ha criado.

Sé consciente y no le des a este mundo caótico más caos  

(FIN)


Gracias por leer este blog. 

Como siempre, recibe un fuerte abrazo.

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