Hola amigas y amigos, encantado de
saludarles con un nuevo blog. Les mando un muy fuerte abrazo deseándoles lo
mejor.
La historia que les traigo en esta ocasión,
sucedió cuando era niño. Siempre he tenido la idea que la vida es un
aprendizaje continuo; incluso que uno no aprende a vivir, vive aprendiendo.
Vivíamos al oriente de la Ciudad de México. Era un niño de siete años que vivía los estragos de los constantes cambios de
domicilio por el trabajo de papá.
Lidiábamos con el acoplamiento o el acostumbrarnos
de nuevo a un entorno diferente. Pero era libre, y con esa excusa, me
desplazaba en mi bicicleta por aquellas calles aún sin pavimentar de la colonia.
Los servicios deficientes, o escasos mejor dicho, pues carecía de alumbrado
público, agua potable… en fin, una colonia aún en desarrollo.
Los días
lluviosos convertían las calles desnudas en auténticos ríos de lodo y piedras que
cuya falta de alumbrado hacía un tanto tétrica la escena en las tardes o
entrada la noche.
Un día, comenzó a llover alrededor de las
tres de la tarde.
La precipitación duró algunas horas dejando la calle por
donde se ubicaba nuestra vivienda, empapada aunque se mantenía la llovizna entrada
la noche. Justo por esa falta de iluminación, era un alivio ver llegar a papá.
En esa tarde lluviosa, nació esta historia
que me dejó gran aprendizaje.
Esa tarde, alrededor de las siete de la
noche, al salir a la calle con muy poca luz proveniente del hogar de la vecina
de enfrente, pude ver una pequeña silueta sobre la barda de la misma. Absorbido
por la curiosidad, y temeroso, me aproximé paso a paso a verificar o cerciorarme
de dicha sombra. Grande fue mi sorpresa al llegar a esa cerca.
Era una paloma.
Pude distinguirla gracias a la tenue luz que iluminaba el pequeño patio.
No mostró resistencia o intención de huir
con mi presencia y proximidad, pareciera que esperaba ser rescatada. La tomé entre mis manos, la
recargué en mi pecho protegiéndola de la lluvia y la llevé a casa.
Era una
hermosa paloma blanca que no ponía resistencia mientras la secaba con una de
mis viejas camisas.
Recorrí poco a poco su delicada silueta hasta que de pronto
se sobresaltó, fue entonces que me percaté del daño a una de sus alas. Al
parecer con la fuerza de la lluvia y los vientos de esa tarde, algo la había golpeado.
Como niño, qué puedes hacer en estos casos por lo que lo único que me vino a la
mente fue, proteger el ala afectada por lo que junto con mi hermana Isa, hicimos
todo lo posible por curarle la herida. Estabilizamos el ala dañada con un
rustico vendaje que elaboré con parte de la camisa que utilicé para secarla, el
sobrante de la prenda lo aprovechamos para cubrirla y le generara un poco de
calor.
Al día siguiente.
Al verla un poco mas animada.
Con el temor de que intentara volar, corté las puntas de las plumas de sus alas
para evitarlo.
Así pasaron los días y poco a poco fue sanando.
Conforme crecían sus plumas, se las seguía
cortando para que no se fuera, aparte, buscaba que el ala afectada, se
restableciera lo mejor posible.
Asumí la total responsabilidad en su
cuidado.
Todas las mañanas muy temprano, la sacaba
al patio en donde le servía de comer maíz triturado, y colocaba un recipiente
con agua para ella. Siempre al pendiente de que no se alejara del patio porque
pensé que podría ser atacada por algún perro callejero debido a que el predio
en el que vivíamos, no estaba bardeado.
Por las noches, la metía a casa y la
colocaba sobre el pedazo de tela.
Así transcurrieron al rededor de treinta días.
Una mañana cuando la saqué como diariamente lo hacía, con el ala un tanto recuperada,
al salir, se posó en el centro del patio y me di cuenta cómo sus hermosos ojos
miraban al cielo contemplando a las otras aves volar.
Se mantuvo así por un tiempo, y solo
sacudía el ala sana intentando volar.
De pronto aleteó con fuerza, y en un
impulso de fortaleza comenzó a correr de un lado a otro buscando impulsarse sin
lograr despegar y lastimándose a cada caída.
¡Sentí que mi corazón se destrozaba al
verla intentando recuperar su libertad!
Tras este acontecimiento, opté por encerrarla
por temor a que se repitiera esa escena.
Días después, frecuentemente se aproximaba
a la puerta intentando salir lo cual le impedía en cada intento.
Una mañana mientras le servía maíz en un
recipiente, pensé en lo que paloma había hecho hace unos días, y me di cuenta
que no era justo lo que yo estaba haciendo.
Después de dos meses me había encariñado
mucho con paloma, pero ella debía seguir su destino y su vida por más que me
doliera.
Tomé la decisión, y una mañana abrí la puerta; repetí la misma rutina,
depositarle comida y servirle agua.
Tras comer un poco, paloma aleteó. Hizo
algunos intentos.
Mi corazón palpitaba con intensidad al ver cómo en repetidas
ocasiones buscaba elevarse.
Y por fin voló.
Realizó algunos vuelos en círculo sobre el
patio como señal de agradecimiento, y se perdió entre las demás aves que todas
las mañanas la visitaban.
Me sentí solo y desconsolado.
No podía comprender cómo te puede afectar
la ausencia de un ser como lo puede ser un animal.
Ocasionalmente volvía por comida, se
detenía y me miraba por unos instantes, luego volaba de nuevo hasta que un día
ya no volvió más.
Entonces comprendí el valor de la libertad y el de ser
agradecido.
Sin duda, paloma me dio una gran lección.
Desde niño comprendí la importancia de la
libertad y el amor.
Al principio pensé que sólo había
rescatado a una frágil paloma y la había curado. Pero era un hecho que en poco
tiempo, se volvió parte de mí. Parte importante y de relevancia pues dentro de
mi pequeño corazón, nació el gran cariño por ese ser que requería de ayuda y
compasión.
Esto se convirtió en un gran amor que incluso me
dolió al verla intentar retomar el vuelo.
Retomar su libertad.
El amor es eso.
Comprensión, valor y
libertad.
Libera por más que ames y dale el valor a
lo vivido.
El amor, es libertad.
(Fin)
Como siempre, recibe un fuerte abrazo.
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