Asumir


Hola amigos, cómo están.

Les mando muchos saludos desde lo más profundo de mi corazón esperando se encuentren bien.

Hoy, y como en cada uno de mis blogs, les quiero contar algo de mí.

De niño, viví y crecí en un entorno hostil.

Enfrenté diferentes situaciones que poco a poco iban opacando mi sentido del humor y mi percepción de la vida y las personas.

Mi núcleo familiar… Disperso. Raras eran las ocasiones en que convivíamos como lo que éramos: Una familia.
Crecimos cada quien como la vida nos lo permitió. Lidiando con lo escabroso de sus caminos.

Así me desarrollé. Inmerso en soledad, nostalgia y la furia que se me acumulaba con el paso de los tiempos.
A mi corta edad, iba curtiendo mis emociones con ese sol incandescente de la provincia. Lejos de comodidades y los mimos de Mamá y Papá; lo uso como término, pues en su léxico, no existía algo parecido.

La soledad.

Enfrenté la terrible soledad a mi corta edad al igual que mis hermanas y hermanos. Enfrentamos la ausencia de mis padres a quienes yo en lo personal, les tomé un enorme rencor por ello. Se ausentaron para poder proveernos de lo indispensable para subsistir. Pero no perdonaba el hecho de alejarse de nosotros cuando más necesitábamos de su protección.

La Nostalgia.

Viviendo en un entorno que no conoces.
Un entorno hostil al que nunca te prepararon para enfrentar.
Un entorno al que si no te fusionas con ello, literalmente: estás muerto.

Dolió alejarse de casa, y la ausencia de mis padres. La amargura que invadió mi corazón al ver a mis hermanas y mis hermanos, vulnerables, expuestos al escarnio, destrozaron mi valor y mi alma.
Me dolió soportar la hostilidad de mi entorno que día con día me presentaba nuevos obstáculos que mermaban mi paz.

Me llené de odio.
Vivía y existía por inercia, como si el viento me moviera y me dirigiera. Conocí el hambre, el cual me movió a trabajar y enfrentarlo con mis limitados medios.

Con todo eso, me llené de odio y rencor.
Me afligí tanto que durante mi crecimiento, creí que esa era la forma de vivir.
Detestaba todo.
Despotricaba contra todo.
Contra mi vida, contra mi suerte.
Contra mis padres y mi entorno al grado de volverme un soberbio de porquería con el paso de mis días. Ya nada ni nadie me importaba. Sólo era yo. Y para mí no había nadie más, incluido mi familia.

Me aislé.
Me alejé como un animal que se escapa del cautiverio.
No quise saber nada de nadie, ni del lugar que me vio crecer.
Mi odio me fue segando poco a poco. 
Mi rencor se estancó, pero mantuvo ese odio visible hacia quienes me golpearon y lo que me forzó a luchar.

Con el paso de los años, sólo me perdía en mis pensamientos y en lo que creía era lo correcto.

Enfrenté fracasos y golpes muy duros que traían consigo los recuerdos de mi cautiverio en la libertad de la provincia.
Y volvía a sentir todo ese odio que despertaba en mí toda esa ira contenida.     
Eso me llevó a un abismo oscuro llamado depresión; mejor dicho, lo agudizó al grado de refugiarme en lo que no debía, y que sólo me mantenía desconectado de toda mi realidad momentáneamente, sólo hasta que el efecto cedía. Entonces la verdad me golpeaba sin piedad derribándome de nuevo. Algo en mí me gritaba: —Pide ayuda— Pero mi soberbia era tan grande que me aferré a mi soledad aun y con lo cruel que eso era.
Inmerso en mi letargo, vinieron a mí, todo un sinfín de imágenes de mi pasado que volvieron a golpearme pero ahora trayendo a mi presente todo aquello que me dolió y me lastimó en el pasado. Fue en ese momento que comprendí todo y fue más fácil aceptar eso que lo que actualmente estaba viviendo. Tenía lo que quería, lo que podía obtener con el fruto de mi trabajo y que de alguna forma bloqueaban lo vivido en mi niñez, pero no era del todo feliz.

Vi cómo el entorno que me envolvió antes, con toda esa rudeza, hacía de mí un hombre fuerte, analítico y creativo.

Vi cómo los gritos y la represión de mi madre y mi padre, me señalaban el camino que debía seguir con los valores aprendidos en casa. Su ausencia de alguna forma había logrado implantar en mi mente, una dosis de fortaleza para afrontar la distancia y estar solo. 

Fue duro aterrizar de golpe.

Entonces, y después de ver todo en retrospectiva, justo en esos momentos más difíciles en los que solía cargarles mis culpas a los demás, y aun así no salía del embrollo. Busqué mil y un maneras de escape pero volvía a la misma carga.

Entonces comprendí que por más que culpaba a los demás por mi situación, eso no aminoraba mi dolor y mi sentir.

Me autoanalicé, y entonces, tomé una fuerte decisión.

Perdonar.

Perdonar a mi pasado.

Al tiempo.

A quienes me dañaron.

A quienes me obstaculizaron.

A mí, por no ser tan fuerte.

Perdoné con todo el dolor de mi corazón.

Y también, algo igual de fuerte.

Asumir.

Asumir mis culpas, pues no hay peor ciego que el que no quiere ver.

Asumí mis culpas y entonces comencé a viajar con menos peso.

Y sólo así, pude ver con más claridad.

(FIN)



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