Hay días en que el corazón amanece con un sentimiento de soledad, de incertidumbre o de bondad. Sentimientos encontrados que nos provocan el sentirnos algunas veces nostálgicos o con cierto toque de felicidad, considero que todo depende quizás de los sueños o lo que en nuestra mente navegue en esos momentos.
Tal es mi caso.
Una mañana, amanecí pensando en mi madre.
No sé.
Tal vez se deba a que tiene mucho tiempo que no la he visitado o que no le he llamado por teléfono; quizás por todo eso, han venido a mi mente todos aquellos momentos de mi niñez.
De las veces que me llevaba al mercado cuando vivíamos en la Ciudad de México.
Las ocasiones que se la pasaba en vela porque alguno de nosotros enfermaba.
Las veces que la citaban a la dirección de la escuela para darle la queja por alguna travesura cometida por mí.
De aquella ocasión en la que caminábamos a casa bajo una lluvia intensa, al transitar por ese camino pedregoso; por accidente, resbalé y caí precipitándome hacia las rocas que dividían el barranco y nuestro camino.
Caí impactando mi frente sobre una de esas rocas: el dolor fue tan intenso que como era lógico, comencé a llorar por el fuerte golpe.
Mamá enmudeció al verme caer y no pudo reaccionar, yo luché por sujetarme de algo para no seguir cayendo mas allá raspándome los brazos y las manos con los matorrales y las rocas afiladas.
La lluvia incesante precipitándose sobre nosotros.
Me incorporé y sujetándome de algunas ramas literalmente me arrastré hacia la superficie.
Mamá me guiaba con la voz:
-¡Ten cuidado hijo, sujétate con fuerza!- me decía.
Mientras intentaba llegar a la cima Mamá miraba con insistencia mi rostro mientras me decía:
-¡No te preocupes hijo, vas a estar bien!-
La lluvia no cesaba, por mi cara sentía el escurrimiento de sus gotas.
Aferrándome a una roca firme y motivado por el fuerte dolor que sentía, llevé mi mano a la parte donde surgía ese dolor intenso. Al retirarla descubrí la sangre que brotaba de mi frente, estaba a punto de entrar en pánico pues la hemorragia era intensa cuando de pronto, sentí la mano de mi madre aferrarse a mi brazo:
-¡Tranquilo hijo. Tranquilo!-
Decía mientras me cobijaba en un abrazo.
-¡Lo siento madre; lo siento, debí tener mas cuidado!-
Le decía llorando mientras me abrazaba sin importarle que mi sangre manchaba su vestido.
-¡Está bien hijo, tranquilo!- decía dándome calma.
Revisó mi herida y como pudo la cubrió para evitar una infección, llegando a casa se encargó de hacerme las curaciones pertinentes.
Todos esos recuerdos golpeaban mi mente.
Sentí mucho el no estar más en contacto con mi madre pues todos sus hijos e hijas vivimos en ciudades diferentes e incluso en otro país, y era razonable que mi madre se sintiera sola alejada de nosotros sus hijos.
Finalmente hice esa llamada.
Mamá se mostraba sonriente mientras conversábamos, de un momento a otro pasamos a los recuerdos. Mamá de pronto mostró su pesar y su melancolía, la tranquilicé diciéndole lo mucho que la extrañamos, lo mucho que la queremos, se disiparon sus lagrimas y sonreía de nuevo. Nos despedimos.
Pasados unos días le llamé nuevamente. Era el día de su cumpleaños, la felicité como es debido y le dediqué estas palabras.
Cuando veas brillar el sol en el horizonte, cuando la luna te ilumine acompañada de sus estrellas; cuando un ave se aproxime al lugar donde te encuentras y te regale su canto: Mamá, piensa que somos tus hijos que aunque lejos siempre pensamos en ti y que de esa forma el señor te transmite nuestro amor.
He de mencionar que todas las mañanas, a modo de saludo, elevo una plegaria por mis queridos padres.
Hasta aquí mi breve historia.
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Como siempre, recibe un abrazo.
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