La lección que los animales nos brindan

Qué tal amigos míos.

Me encanta saludarles con un nuevo blog después de mucho tiempo. 

Les dejo un buen abrazo con gran afecto.

Ustedes que me han regalado su tiempo leyendo mis blogs, seguramente saben que amo a los perros: a los animales en general. Incluso me tomo el tiempo y en medida de lo posible, hago algo por ellos, gracias al cariño que desde niño tengo hacía la fauna con quienes compartimos este planeta. Y creo qué tal vez, debido a esto, es que  mantengo la idea de que incluso los animales, suelen enseñarnos o darnos grandes lecciones.

Durante toda mi vida, he tenido la suerte de convivir con perros. Cómo dije antes, desde niño, tuve la suerte de ser acompañado por un perro. Para quienes han leído mi blog, seguramente leyeron la historia de mi perrita osa. Les dejo la liga por si desean leerlo (pulsa el título). Pequeña grande Osa.

De mi perrita osa, descendieron varios cachorros durante toda su vida que a su vez; fueron ampliando el linaje de mi pequeña perra, varios de ellos se quedaron conmigo manteniendo así, la línea directa desde la gran osa a través de los años hasta mi último perro, hijo de osa a quien debido a su aspecto físico le di el nombre de lobo.

Lobo también tiene una gran historia que más adelante les contaré, porque hoy de quien les quiero hablar y quien motivó este blog es de mi chaparro, como le digo de cariño: mi Koby.

Este pequeño ser, que llegó a casa de tan sólo dos meses, dominaba la atmósfera con su tierna presencia. Era lo más parecido a una bolita de algodón, una bolita blanca con un par de ojitos curiosos y orejitas tiernas. Muy tranquilo de apariencia. Obviamente, y porque ya en casa habitaba otro angelito, había que atender la parte de la salud del nuevo elemento por lo que debía acudir al veterinario para su protección. En ese entonces, Muñeca una cruza de Beagle que ya tenía años en casa, fue quien fungió como su guía. Aquí inicia lo que llamo, la lección que nos dan los animales. Koby fue adoptado, un tanto para rescatarlo, librarlo de un futuro incierto y también para sacarlo de esa azotea en donde se encontraba hacinado junto con sus hermanos. Cómo dije, la lección que los animales nos brindan. Tenía a dos angeles en casa, porque para este servidor eso es lo que son: ángeles de cuatro patas y colita.


Muñeca ya tenía sus años cuando Koby llegó. En un principio, y al sentirse invadida, le rehuía   y mantenía su distancia pues al ser la única, tenía toda la atención y la calma para ella sola, pero lo aceptó a su manera. Sobrellevaba los juegos y travesuras del pequeño latoso que llegó a alterarle su mundo de calma. Aun así, Koby le respetaba. El pequeño, como todo niño que busca un apapacho de sus mayores, solía acurrucarse junto a ella a lo que ésta respondía con un gruñido, aquello no le impedía al diminuto ser recostarse junto a quien desde ese momento se convirtió en su guía.

Después de dos largos meses de aislamiento, tiempo prudente para la aplicación de la serie de vacunas que había que suministrarle al pequeño para su protección, finalmente salimos a caminar los tres. Todos los fines de semana nos desplazábamos por las avenidas de la colonia para mantener activo al par de angeles y evitarle el estrés. Muñeca aún con su indiferencia hacía ese diminuto ser, fungió como la guía del pequeño diablillo.

Koby, como todo niño, jugaba y armaba el relajo mientras muñe, con su  tranquilidad ignoraba los juegos del pequeño que buscaba involucrarla pero la parsimonia de muñeca neutralizaban los intentos del pequeño, por lo que éste, buscaba a toda costa propiciar una persecución emitiendo ladridos más agudos mientras se inclinaba hacia ella para provocarla. Finalmente lo conseguía aunque sólo fuese un instante.

Koby mostró mucho cariño hacia muñeca, tal vez porque con sus dos meses de edad al llegar a casa, muñeca fue la figura materna más próxima que encontró. Quizás se deba a eso, que mostraba cariño y buscaba su aprobación.

Con el paso de los años el pequeño aprendió algunos trucos de mamá sustituta. También,  al parecer; se coordinaban para solicitar las croquetas, por lo regular, el pequeño tragón era el que hacía ruido con su plato para solicitar las croquetas. Al servirle a los dos platos, Koby ya sea que arrastrara el plato ó, avisaba a muñe con un ladrido y ambos comían juntos. Se había creado una hermandad entre ambos.

Por sus años que ya hacían mella en ella, la hermosa orejona dejó de acompañarnos a nuestras caminatas los fines de semana. Comenzó a desplazarse con cierta dificultad. Sus hermosas patitas respondían temblorosas, con cierta inseguridad que pareciera que en algún momento podría desplomarse después de un largo recorrido. No aguantaba el paso del  inquieto y acelerado Koby, debido a esto, opté por resguardarla para evitar cualquier daño a sus articulaciones. Al final del día la sacaba a dar una caminata corta, lo que su físico le permitía con el afán de que no se sintiera confinada y ejercitara en medida de lo posible sus músculos. Durante nuestra leve caminata, podía percibir su gratitud  a través de su dulce mirada pues conforme avanzaba, de repente  volteaba a mirarme por un momento.

El pequeño continuaba aprendiendo de su guía. Cosas sencillas, como cuando le decía a muñeca que era día de baño, Koby también se unía y repetía lo que su compañera.

Tocaba también, y cómo parte del cuidado  a su salud, el cepillado de los dientes por lo que Koby, fiel a su línea de aprendizaje también tomaba asiento a lado de la jefa esperando su turno para la limpieza dental. Así fue aprendiendo poco a poco la rutina.

Muñeca con los años se volvió un tanto huraña, aunque de pronto volvía a ella destellos de sus momentos de travesura. En su hermosa etapa de cachorrita, cuando me arreglaba para salir siempre encontraba la forma de despistarme y sin darme cuenta tomaba mi calcetín y huía con él iniciando así; un corredero por toda la casa para poderlo rescatar de sus fauces. O cuando se me caía la tapa rosca del agua o la botella de pet, también me lo robaba y emprendía la huida corriendo mientras sus hermosas orejas parecían alas volando por todos lados.

En su grandiosa edad madura, de pronto reaccionaba y lo volvía a repetir. Pero claro, ya no eran esos tiempos. Ahora con el niño, que constantemente buscaba juguetear con ella, era sólo de contemplarlo mientras el otro hacía su show.

Koby respetaba esa renuencia.

Pasaron los años, mismos que mostraron su peso sobre la hermosa muñeca quien a sus ya quince años, comenzaba a manifestar dificultades físicas. Una de ellas era la dificultad para comer, se le dificultaba ingerir sus croquetas, debido a esto, busqué opciones para proporcionarle una mejor opción en alimentos para que pudiera nutrirse lo más óptimo posible. Como manada que éramos, hacía lo posible por su bienestar al igual que koby.


Había días en que muñe no quería incorporarse para comer por lo que Koby solicitaba el alimento haciendo ruido con el plato. Cuando este estaba servido, con sus patitas arrastraba el traste hasta el lugar de su hermana mayor o madre sustituta para incitarla a comer a lo que ésta reaccionaba y se esforzaba a ponerse sobre sus patitas. Al dirigirse a su plato, el pequeño nuevamente arrastraba el suyo para comer juntos.

Durante ese tiempo, Koby de alguna manera estaba atento a los movimientos de muñeca, esto en plena pandemia, por lo que me encontraba haciendo Home office y esto sirvió para pasar más tiempo con ellos y ayudar a la jefa de la manada.

Era feliz trabajando con su compañía, recostados en el piso junto a mí mientras Galleta, mi gatita, lo hacía a un lado del teclado de mi computadora.

Dentro de todo el ajetreo del trabajo, que aunque no se podía salir mucho, por lo que todo era a base de llamadas telefónicas e información vía correo, aun así era pesado pues uno podía empezar a laborar a las 9am pero podía terminar alrededor de las 10pm, sin duda, era una saturación terrible que me arrastró a momentos muy complicados que incluso me llevaron a los gritos por el teléfono. Me encontraba sumamente estresado, con los nervios de punta que estallaba a la menor provocación y golpeaba y aventaba todo. Terrible, aunado a esto, la complicada situación de muñeca.

No había día que no gritara al teléfono por las inconsistencias y arranques estúpidos de quien se supone era mi jefe.

Con el paso de los días y conforme avanzaba esa situación, noté una extraña reacción de mi pequeño perro.

Un día, de pronto sonó el teléfono. Vi a Koby levantarse y dirigirse a donde yo me encontraba trabajando sin acercarse mucho, sólo sé recostaba mirando a la puerta pero con sus orejas en lo alto como cuando se ponen atentos a algo. Pasó esa llamada sin ninguna reacción ya que era la llamada de un cliente.

Una tarde, se presentó una situación.

Sonó el teléfono. Koby se encontraba recostado en su cama, al escuchar el timbre se levantó y realizó la misma operación. Se recostó mirando a la puerta.

Contesté, era la persona al frente de la empresa. Evidentemente era una llamada de trabajo.  Después de comentarios previos, iniciamos con la revisión de los proyectos en activo: producción, materiales, entrega y facturación sin ningún otro tema más que el seguimiento. Todo esto bajo mi cargo ya que tenía años desempeñando ese trabajo sin asistencia o apoyo alguno.

Finalmente llegamos al tema engorroso, las ventas. 

Al estrés de esos tiempos de crisis sanitaria, se sumaba también la de la falta de trabajo para esos tiempos de confinamiento, no había ventas cómo no fuera para la protección contra este virus.

Los ataques llegaron. Las discusiones subieron de tono.

Eran reclamos. Reclamos inusitados: carentes de toda coherencia. No iba a permitir tal arrebato por lo que también reaccioné con una contraofensiva tal, que levantaba la voz pero con una gran diferencia, presentaba argumentos sólidos para mi defensa. Al ver la nula importancia y respeto a mi trabajo estallaba azotando la mano en la mesa, aventaba el móvil gritando encolerizado, era tal la energía negativa y las constantes explosiones que en algún momento sentía fuertes dolores en el pecho y sentía se me adormecían los brazos.

Días atrás Koby ya tenía reacciones al percibir todo eso. Un día nuevamente se presentó un nuevo episodio de estos. Koby se levantó de su cama, con calma, se aproximó con la cabeza agachada y se sentó junto a mí. La llamada ya traía consigo su dosis de explosivos, la discusión volvía a subir de tono y entonces, en el fragor de la pelea y los gritos, mi pequeño se levantó y se  paró colocando sus manitas sobre mi pierna. Me contemplaba con su mirada angelical al tiempo que con su patita derecha tocaba mi mano a modo de caricia. A pesar de todo el embrollo, y dejando a un lado todo lo que acontecía en ese momento, respondía  acariciando a mi pequeño perro y lo abrazaba llenándome de su ternura. Lo increíble de todo esto, es que un ser: un animal, en este caso, un perro; a pesar de la estúpida mentalidad del ser humano al decir que los animales no piensan ni sienten, un perro sea el que me demuestre su sentir y su preocupación por mis constantes arranques, y la mejor forma de calmarme sea su paciencia y su cariño.

En ese entonces, muñeca convalecía víctima de un problema renal. Koby también mostraba su preocupación ante esa situación.

Cómo ya lo había mencionado, tal pareciera que se ocupaba en la alimentación de su guía pues su actitud era esa, estar pendiente de los horarios de comida.

A pesar de que muñeca mostraba fortaleza al ponerse sobre sus patitas, el pequeño solía caminar junto a ella como impulsándola. Se notaba su felicidad al verla comer por lo que lo hacía al mismo tiempo que ella.

Eso duró poco, pues el físico de la bella orejona se fue deteriorando, se iba difuminando cómo los días, se le dificultaba el ingerir sus croquetas por lo que busqué opciones para alimentarla. La mejor opción era la comida blanda por lo que solía cocerle alguna pieza de pollo para así, incitarla a comer algo.

Una tarde, entregado al trabajo, entre revisar pendientes, proyectos en desarrollo y otros temas; el tiempo pasó volando que no me percaté de la hora hasta que el pequeño se aproximó a mi lugar de trabajo buscando llamar mi atención. Absorto en el envío de correos y cotizaciones, no presté atención y continuaba. Koby mostraba su templanza sentado junto, con sus ojos fijos en mí.

Al ver mi nula atención, recurría al ruido con su plato. Entonces reaccioné. Hice pausa y me dispuse a atender al pequeño, serví su plato; se sentó de nuevo mirándome fijamente, sólo le dije: ¡come chaparro!, sólo movió la boca como queriendo hablar, me senté de nuevo para continuar y se paró colocando sus patitas en mi pierna con una súplica en su mirada. Repetí lo mismo de hace unos segundos. ¡Come chaparro! Dije. Entonces fue al lugar de muñeca pero yo no atinaba a su actuar.

Volvió apresurado y nuevamente se sentó mirándome. Como es lógico, y porque muchos de nosotros no entendemos pero tampoco nos tomamos el tiempo para comprender un poco del comportamiento de los animales, yo sólo ignoré lo que Koby hacía, lo que hizo después fue lo que tocó las fibras más sensibles del corazón. Un tanto alterado, y al ver mi falta de comprensión, se levantó y se paró sobre sus dos patitas recargándose en la estufa mientras con sus manitas rascaba a la altura de las perillas justo hacia el quemador donde se encontraba el pequeño recipiente donde hacía unos minutos había cocido la pechuga de pollo para alimentar a muñeca. No pude contener la lágrima. Sentí un apretón en el pecho al ver con qué esmero ese diminuto ángel, buscaba llamar mi atención para atender a su gran guía, a muñeca, su madre sustituta.

Esa escena aún retumba en mi mente pues es increíble cómo un ser que gran parte de la humanidad trata cómo seres sin sentimiento e insignificantes, nos pueden dar una lección. Días después, muñeca se fue, mi ángel voló a casa.

La mañana del triste desenlace, yo ya padecía los estragos de este maldito virus, me encontraba ingresando ya a la puerta de estado grave. Ese día luchando con eso, me puse de pie para atender a mi bella Beagle. En el ir y venir, y con todo lo que ya padecía, no me percaté de lo que a mi lado acontecía. Koby no se encontraba en su cama, no presté atención por lo que me dirigí a la estufa para calentar el desayuno de mi convaleciente perrita. Coloqué el recipiente y encendí el quemador. Me desplacé hacia la cama de muñeca para verla. Aún tengo esa imagen en mi mente. Muñeca recostada de forma normal; de lado y con las patitas estiradas. Todo parecía normal. Koby recostado panza a bajo, estirado con la mirada clavada en muñe.

Me acerqué, y como siempre lo hacía dije: ¡mami, ya se calienta tu comida, despierta! pero no reaccionó; Koby con la barbilla colocada en el piso sólo movía los ojos, miraba a su vieja guía y me miraba como diciéndome algo, entonces me acerqué sólo para descubrir que la gran muñeca agonizaba. Koby al verme reaccionar con llanto evidente, se sentó a un lado y sólo contemplaba la escena. Era necesario llevar a mi ángel al veterinario así que busqué la mejor forma de transportarla pues el recorrido lo haría a pie ya que en esa situación y en ese estado, un taxi no me podría llevar.

Después de todo el ajetreo y tras darle el eterno descanso a muñe, volví a casa, el pequeño sólo me miró y miró a la puerta, imagino que como antes, esperaba la entrada de alguien más, pero ya no fue así.

Me escuchó llorar. En otras ocasiones, cuando escuchaba algún sollozo, corría a consolar a la persona, pero tal pareciera que también sintió la ausencia y sólo se recostó en la cama mirando a la puerta.

Cuando vives este tipo de situaciones o experiencias, comprendes que incluso los animales suelen mostrarnos eso que a nuestros ojos no son visibles; porque no somos capaces de verlo o no lo queremos ver. En esos momentos hostiles o lúgubres, la compañía de un ángel como lo es el perro, aminora el sentimiento o el dolor.

La lección que Koby me da, es el de ser paciente. Soy un tipo que vive muy acelerado y explota a la menor alteración. Y mi pequeño, de alguna forma me ayuda a controlar eso.

Soy observador, pero mi perro me ha enseñado que me falta ser un poco más riguroso y atender a los detalles. Ser un poco más consiente.

Es por eso que amo a estos seres y les respeto, porque para mí, son lo más parecido a un ángel.

Seguro estoy, que si tú tienes un perro, comprendes de lo que hablo.

(FIN)

 



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