Aprendí a Amar la Comida


Provengo de una familia humilde. 

Usar el término pobre, sería un tanto egoísta, pues aunque difícil, con el esfuerzo de mi madre y mi padre: siempre teníamos para comer.

Aunado a eso, éramos una familia nómada, ya que migrábamos de un lado a otro de la Ciudad de México y finalmente llegamos a la provincia.

Bueno, en realidad no les quiero hablar de los lugares donde viví de niño, sino de cómo  aprendí a sobrevivir.

Durante mi estancia en la ciudad, la comida en casa nunca faltó.
Papá siempre trabajó duro para proveernos, y también se esforzó por enseñarnos a cuidar las cosas del hogar.
Mamá, como toda madre,  siempre se esmeraba en hacer de nuestros alimentos: adecuados y sanos.

Me gustaba verla cocinar. Para mí era toda una obra de arte, y no porque elaborara platillos sofisticados, gourmet, o algo así, sino porque era muy meticulosa en la preparación de sus guisados.
Sin duda,  era bueno estar en la ciudad.

Vino el cambio de lugar.

Llegamos a provincia, y ahí es donde aprendí a comer, a amar la comida. 

—A amar la comida. —

No porque me hubiese vuelto de paladar fino, no.
Porque en la provincia en la que viví y crecí, sin servicios, sin medios de comunicación, lejos de la civilización, la comida como la mayoría la conoce como sopas, guisados, carne.. etc. Eran imposibles en ese lugar.

Comes lo que la tierra te da, por eso es que aprendí a amar la comida, de tal forma que en ocasiones, lo convertí en moneda. Si, trabajaba no para ganar unas monedas, sino para comer, y darle de comer a mis hermanas y hermanos.

Era muy duro, pero como lo dije antes; eso me enseñó a valorar cada bocado, cada platillo por más sencillo que fuera. Cada comida que recibía como pago, para mí era una porción de vida, y vivo agradecido aun de ello. 

He de decirles que había días en que nadie tenía algún trabajo qué realizar ya sea para arreglarle alguna cerca, levantar la cosecha o alguna construcción. Entonces mi Madre (mi abuela materna) me enseñaba a recurrir a la madre naturaleza: a comer incluso algunos bichos como gusanos de madera y chapulines, lo importante era comer, y le agradecía a la naturaleza el obsequio. 

Fue en esos momentos en que empecé a añorar la abundancia que tuve en la ciudad. 

Y sentí que la vida ahí me mostró el dolor y me castigó con los recuerdos de los platillos que en mi infancia, dejaba sin terminar sobre la mesa. 

Un caldo de pollo o de res. 

Un arroz con leche.

El pan de dulce.

También me hizo valorar el arduo trabajo de mi madre en la cocina al igual que el trabajo de mi padre porque no nos faltara de comer. 

Sin duda alguna, este lugar me enseñó tanto, como a saber sobrevivir y sobre ponerme a la adversidad.

Me enseñó a que si no trabajas o te esfuerzas, no comes. 

Me enseñó de la peor forma a no estirar la mano, o arrebatar para comer, sino a dar mi esfuerzo para conseguirlo.

Todo esto hoy en día, lo aplico en mi vida diaria.

Si está en mis posibilidades, le ofrezco a mi prójimo que padece hambre.  

Incluso a los animales como los perros.

Los días en que tuve hambre, anhelaba que alguien por lo menos me invitara un bocado, y eso no sucedía.

En la actualidad, valoro tanto mis alimentos y cuido mucho de no desperdiciar, muy importante para mí.

También algo que he de decirles es, que ahora si alguien me dice: —Ven, te invito a comer.
Se los juro que me llevo la mano al corazón y lo agradezco, porque en mi pasado, hubiese dado la vida porque alguien me dijera esas palabras.

Y claro que acepto la invitación, pues creo que en ese acto, dentro de mi pensar arcaico está presente la voluntad de dios, por lo que negarme, sería una falta de respeto.

Enseña a tus hijos a valorar cada detalle de la vida, cada detalle de la naturaleza, pues la vida es tan cruel en ocasiones que incluso, les pone caminos y salidas fáciles con el fin de llevarlos a la cruda realidad.

Si está en tus posibilidades, comparte algo de tu abundancia, pues es muy cierto que lo que emana de nuestro corazón, es lo que la vida nos devuelve.

Aprende a amar lo que tienes: sea mucho o poco, pues no sabes en qué momento la vida puede cambiar.   

(FIN)




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Como siempre, recibe un fuerte abrazo.

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2 comentarios:

  1. Woooo, que relato tan formidable, efectivamente la vida se encarga de enseñarte de la manera más cruel, el no haber valorado las cosas cuando uno las tiene, y hoy que se lo duro que es llevarte un bocado a la boca, cuando puedo lo comparto. ��������

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