La Trampa

Hola amigos, cómo están.

Como siempre, me es grato saludarles deseándoles lo mejor del universo.

En estos días en que la cuarentena no nos permite movernos con facilidad para realizar nuestra vida cotidiana, por el riesgo que esto implica, muchas personas recurren a los servicios de algunas aplicaciones para realizar compras, o incluso, pagar los servicios como de telefonía u otras cosas, lo cual está muy bien.

Todo lo puedes realizar desde la comodidad de tu hogar.
Lo lamentable es, todo lo negativo que existe en la red, y que puede ser perjudicial si no sabemos identificar lo verdadero y lo falso.

En estos días en los que muchas personas han sufrido una disminución en sus ingresos por la maldita pandemia, tratan de conseguir algún medio para subsistir como trabajos extras o algún otro medio para subsanar alguna deuda.

He sabido de personas que han sufrido algún tipo de fraude cibernético a través de falsas promociones para la adquisición de algún bien, o facilidades para algún crédito bancario. Lamentablemente existe gente sin escrúpulos que al descubrir la necesidad de la persona, logran convencerlos, éstos acceden y proporcionan información vital con lo que estos individuos, logran realizar fraudes a nombre de la persona esperanzada. Claro que esto no sería posible sin el contubernio del personal de alguna institución bancaria dejando así, a la persona necesitada con una nueva deuda que algunas veces son de grandes proporciones.

Esto me recordó una experiencia que tuve hace mucho tiempo.

Era ignorante de todo esto.

En ese entonces yo era un chavo de dieciocho años y trabajaba en la construcción como ayudante.

Era sábado, día de pago.

Mi jefe, el contratista, había llegado tarde a la obra, justamente a pagar a los trabajadores: no sin antes revisar el avance de la semana en las áreas asignadas para la colocación de recubrimientos como azulejos y losetas, en los distintos departamentos.

Finalmente recibí mi pago y me marché a casa.

Tomé mi mochila donde transportaba mi ropa de trabajo, y me encaminé a la parada del autobús.
Después de unos minutos, arribó el autobús que para esa hora venía a toda su capacidad, pero aun así, se detuvo y abordé.
Después de pagar comencé a recorrerme hacia atrás para darle fluidez.

El automotor avanzaba a una velocidad aceptable mientras en su interior, los apretujones. Nada fuera de lo normal.

Finalmente llegamos a la base del camión. Todo mundo descendió.

El camión estaba lleno por lo que al momento del descenso, empezaron los empujones y demás. Sentí el toque físico a mis espaldas. Todo parecía normal.

Con todo el ajetreo de salir pronto de la zona de obra después de cobrar, no presté atención aunque debí.

Después de descender del autobús y dar unos pasos, decidí comer algo pues ya era tarde. Lo primero que hice fue, buscar el dinero que acababa de cobrar para tomar algo para mi comida.
Busqué en la bolsa del pantalón donde debería estar, y no encontré mi cartera (Billetera). Volví a buscar ahora en mis cuatro bolcillos sin éxito. 
Busqué en mi mochila aunque estaba seguro que ahí no estaría.

Me angustié.

De esas veces que esperas que lo que en ese momento te sucede, sea un loco sueño. Así que pensando en eso, busqué de nuevo pero finalmente me rendí.
No estaba mi cartera, entonces me detuve he hice una revisión en retrospectiva.

—Al recibir mi sueldo, por las prisas, coloqué los billetes en mi cartera y la deposité en el bolsillo trasero del pantalón.
Por lo regular siempre me aseguro que mi cartera quede bien guardada, ese día no fue así. Sólo la coloqué, tomé mi mochila con la ropa de trabajo y salí de la obra.
Al llegar a la base del camión, al momento del descenso, en los apretujones sentí el empujón y percibí el contacto pero no presté atención a ello.
Alguien en el camión, al momento del descenso, aprovechó mi descuido y mi cartera expuesta, y la tomó desde mi bolsillo.
Así, perdí mi sueldo ese sábado.

Después de éste duro golpe, con hambre, me dirigí al metro más próximo para ir a casa.

Caminaba absorto en mis pensamientos por la acera. En ese momento la calle suele estar saturada pero yo no prestaba atención.

A unas cuadras del metro, de entre la multitud que iba y venía, sentí el roce del codo de alguien, normal en una calle tumultuosa. Tampoco presté atención a ello pues lo único que tenía ocupada mi mente era mi dinero hurtado.

Continué mi camino y de pronto, un personaje se inclinó a unos pasos de mí. Yo lo esquivé y continué caminando cuando de pronto se me emparejó, era un señor de unos cincuenta años de edad con una bata como de mecánico o de alguien que se dedica al mantenimiento. Al emparejarse a mi lado derecho, atrajo mi atención diciéndome: —Mira lo que me encontré amigo
Entonces me dí cuenta que era la persona que metros atrás, se había inclinado como levantando algo de la acera.

De uno de los bolsos de la bata extrajo un fajo, no estoy seguro que todo eso lo fuera pero, tenía la apariencia de un fajo de billetes. 
Caminando junto a mí me dice: —Ven, vamos a repartirlo pues también tú lo viste, vamos a compartirlo.— Yo había perdido mi sueldo esa tarde, de alguna forma eso era mi salvación. Mi necesidad me decía que debía aceptar. Pero no contesté ni afirmé que quería parte del supuesto dinero.

Más adelante, por inercia, nos detuvimos sobre la misma acera y simuló sacar el dinero no sin antes decirme: —Si alguien te pregunta, tú no digas nada.— Ingenuo, sólo asentí con la cabeza.
Simuló introducir la mano derecha al bolcillo cuando de pronto, llegó una mujer robusta, blanca, de aspecto preocupado.

Se dirigió al hombre que estaba junto a mí interrogando sobre lo que según ella, era su dinero que por accidente se le había caído.

Decía que algunas personas le mencionaron, que un hombre acompañado de un muchacho había levantado algo y le señalaron la dirección por la cual habían seguido.

El tipo negaba lo dicho e interactuaba conmigo involucrándome en la mentira.

No, no vimos nada, ¿verdad muchacho? Me decía

De pronto, la mujer se alteró y fue contra mí, —Tú, tú lo ocultas. — El tipo ni se inmutó y esta mujer comenzó a registrarme. Esculcaba en mis bolcillos, e incluso se atrevió a despojarme de mi mochila, la abrió y registró entre mi ropa de trabajo. Yo miraba perplejo mientras el tipo sólo miraba en todas direcciones. Yo no tenía nada que perder por lo que me mantuve en calma aunque sorprendido, pues no sabía en qué me había metido.

La mujer, agitada por no encontrar nada, de muy mala gana, colocó mi mochila en mis brazos, haciendo evidente su frustración dijo, está bien, te puedes ir.

Me alejé desconcertado con lo sucedido.

Tuve todo un fin de semana para digerir la pérdida de mi dinero, el dilema del supuesto dinero encontrado o compartido y el manoseo de la mujer obesa.

Días después ya en el horario de la comida, en la sobremesa, surgen las conversaciones en donde algunos comentaban su día a día, sobre lo que sucedió en su trayecto al trabajo… en fin. Temas diversos. Me atreví a comentar sobre mi experiencia de hace algunas semanas.

Uno de los compañeros al término de mi narración dijo:
—A mi hermano le sucedió lo mismo. Justamente como lo platicas. Él también iba caminando por esa acera una tarde de sábado, día de pago para el obrero: trabajadores de la construcción. Había también recibido su pago, y se dirigía a casa.
En esa avenida tumultuosa, de pronto también sintió el roce del codo de alguien, fue evidente que era para atraer su atención pero el tipo, a unos pasos, se inclinó con la pantomima de levantar algo de la banqueta. Al incorporarse, llamó la atención de mi hermano mostrándole el supuesto fajo de billetes acompañado del comentario inmundo —Ven, vamos a compartirlo— desafortunadamente mi hermano cayó en el anzuelo y se apartaron de la multitud.
De pronto llega la mujer obesa con aspecto desesperado solicitando la devolución del supuesto efectivo.
Al recibir negaciones, realiza el registro a la víctima.
Mientras el tipo se hace el occiso, la mujer verifica cada bolsillo. Si la víctima se resiste viene la amenaza: —Voy a llamar una patrulla si no me entregas mi dinero. Para este momento el hombre gancho desaparece, ahora aparecen otros como supuestos testigos y otro que finge ser un familiar. La amenaza sube de tono, ahora hay agresión física para intimidar y finalmente, la persona sede a la requisa hasta que finalmente queda con sólo lo que lleva puesto.

Fue así que conocí esa forma de extorción y hurto.

Tal vez deba decir que corrí con suerte.

También comprendí cómo a veces la necesidad te pone en una disyuntiva. El de la honestidad y lo prosaico.

Mi necesidad me empujó a mentir pues ingenuamente creí que esa mentira me sería redituable, pero me colocó en el vórtice del peligro.

El humano por su naturaleza, siempre trata de sacar provecho de cualquier circunstancia para avanzar, para escalar en todos aspectos: de vida o laboral, pero siempre se aprovecha sin miramientos.

Pero la vida es tan sabía que siempre nos coloca en el momento y lugar indicado, para ver desmoronar todo el fruto de nuestra negligente creación.

Soy más cauto ahora con temas como este, aunque como dije, el humano siempre aprovecha para salirse con la suya.

Es por eso que como humanos también debemos estar alertas y prevenir.

(FIN)



Gracias por leer este blog. Por favor compártelo y déjame un comentario.

Como siempre, recibe un fuerte abrazo.

Sígueme en:


Aquí las opciones para compartir este blog  🔻

Aprendí a Amar la Comida


Provengo de una familia humilde. 

Usar el término pobre, sería un tanto egoísta, pues aunque difícil, con el esfuerzo de mi madre y mi padre: siempre teníamos para comer.

Aunado a eso, éramos una familia nómada, ya que migrábamos de un lado a otro de la Ciudad de México y finalmente llegamos a la provincia.

Bueno, en realidad no les quiero hablar de los lugares donde viví de niño, sino de cómo  aprendí a sobrevivir.

Durante mi estancia en la ciudad, la comida en casa nunca faltó.
Papá siempre trabajó duro para proveernos, y también se esforzó por enseñarnos a cuidar las cosas del hogar.
Mamá, como toda madre,  siempre se esmeraba en hacer de nuestros alimentos: adecuados y sanos.

Me gustaba verla cocinar. Para mí era toda una obra de arte, y no porque elaborara platillos sofisticados, gourmet, o algo así, sino porque era muy meticulosa en la preparación de sus guisados.
Sin duda,  era bueno estar en la ciudad.

Vino el cambio de lugar.

Llegamos a provincia, y ahí es donde aprendí a comer, a amar la comida. 

—A amar la comida. —

No porque me hubiese vuelto de paladar fino, no.
Porque en la provincia en la que viví y crecí, sin servicios, sin medios de comunicación, lejos de la civilización, la comida como la mayoría la conoce como sopas, guisados, carne.. etc. Eran imposibles en ese lugar.

Comes lo que la tierra te da, por eso es que aprendí a amar la comida, de tal forma que en ocasiones, lo convertí en moneda. Si, trabajaba no para ganar unas monedas, sino para comer, y darle de comer a mis hermanas y hermanos.

Era muy duro, pero como lo dije antes; eso me enseñó a valorar cada bocado, cada platillo por más sencillo que fuera. Cada comida que recibía como pago, para mí era una porción de vida, y vivo agradecido aun de ello. 

He de decirles que había días en que nadie tenía algún trabajo qué realizar ya sea para arreglarle alguna cerca, levantar la cosecha o alguna construcción. Entonces mi Madre (mi abuela materna) me enseñaba a recurrir a la madre naturaleza: a comer incluso algunos bichos como gusanos de madera y chapulines, lo importante era comer, y le agradecía a la naturaleza el obsequio. 

Fue en esos momentos en que empecé a añorar la abundancia que tuve en la ciudad. 

Y sentí que la vida ahí me mostró el dolor y me castigó con los recuerdos de los platillos que en mi infancia, dejaba sin terminar sobre la mesa. 

Un caldo de pollo o de res. 

Un arroz con leche.

El pan de dulce.

También me hizo valorar el arduo trabajo de mi madre en la cocina al igual que el trabajo de mi padre porque no nos faltara de comer. 

Sin duda alguna, este lugar me enseñó tanto, como a saber sobrevivir y sobre ponerme a la adversidad.

Me enseñó a que si no trabajas o te esfuerzas, no comes. 

Me enseñó de la peor forma a no estirar la mano, o arrebatar para comer, sino a dar mi esfuerzo para conseguirlo.

Todo esto hoy en día, lo aplico en mi vida diaria.

Si está en mis posibilidades, le ofrezco a mi prójimo que padece hambre.  

Incluso a los animales como los perros.

Los días en que tuve hambre, anhelaba que alguien por lo menos me invitara un bocado, y eso no sucedía.

En la actualidad, valoro tanto mis alimentos y cuido mucho de no desperdiciar, muy importante para mí.

También algo que he de decirles es, que ahora si alguien me dice: —Ven, te invito a comer.
Se los juro que me llevo la mano al corazón y lo agradezco, porque en mi pasado, hubiese dado la vida porque alguien me dijera esas palabras.

Y claro que acepto la invitación, pues creo que en ese acto, dentro de mi pensar arcaico está presente la voluntad de dios, por lo que negarme, sería una falta de respeto.

Enseña a tus hijos a valorar cada detalle de la vida, cada detalle de la naturaleza, pues la vida es tan cruel en ocasiones que incluso, les pone caminos y salidas fáciles con el fin de llevarlos a la cruda realidad.

Si está en tus posibilidades, comparte algo de tu abundancia, pues es muy cierto que lo que emana de nuestro corazón, es lo que la vida nos devuelve.

Aprende a amar lo que tienes: sea mucho o poco, pues no sabes en qué momento la vida puede cambiar.   

(FIN)




Gracias por leer este blog. Por favor compártelo y déjame un comentario.

Como siempre, recibe un fuerte abrazo.

Sígueme en:


Aquí las opciones para compartir este blog  🔻

La recomendación de la semana (pulsa el titulo para leer)

Por qué no Respetan los lugares reservados

Hola amig@s Como siempre y (creo que lo he repetido infinidad de veces) pero me da mucho gusto saludarles y enviarles un muy fuerte abra...