Eran días como cualquiera.
Días de diciembre, con sus noches frías.
Nada fuera de lo normal.
Como consecuencia de ello, los malestares respiratorios, normales en la
cotidianidad en los tiempos comunes o normales. ¡Gripa! dijimos, pues esos eran los síntomas.
Los días transcurrían con aparente calma.
Digo aparentemente pues eso pasaba a segundo término ya que días atrás, Muñeca,
mi bebé canino convalecía víctima de un mal renal que ya le afectaba de acuerdo
a los diagnósticos de su médico.
Fueron días de peregrinar ya que pasaban las semanas y no había mejora
en su salud.
El ir y venir al veterinario se estaba convirtiendo en algo cotidiano.
Pero no importaba. Lo fundamental era ayudar a mi ángel a su recuperación tal
como ella, incondicional.
Fue sumamente necesaria su hospitalización pues no había alguna
evolución favorable, por el contrario, cada vez la veíamos más débil.
De alguna forma, yo veía venir algo así por lo que durante el año; aun y
con la situación por la que atraviesa el planeta, aunado a eso, la falta de
trabajo, conservé un fondo para la manutención de muñeca en casos como este.
Los gastos se extendían pero no era problema, pues por fortuna, habíamos
recibido el dinero que por ley nos corresponde laboralmente en fin de año, por
lo que tendríamos algo más por si mi ángel lo requería.
Tras varios días de hospitalización, fue dada de alta sin ninguna
mejoría. Pero los gastos ya se habían generado e inevitablemente había qué
liquidarlos.
Llevamos a mi ángel a casa.
La llevé en brazos como cuando era pequeña.
Increíblemente, mostraba fortaleza a pesar de haber perdido peso. Por momentos,
caminaba junto a mí pero me partía el corazón verla así por lo que volvía a
levantarla y nuevamente viajaba en mis brazos con sus grandes orejas volando
acariciadas por el viento.
Pareciera que para esas fechas, ese mes, traía algo consigo.
Tenía algo preparado para nosotros en casa.
Para ese entonces mi esposa y yo teníamos síntomas como de resfriado o
gripa.
Con el pasar de los días, muñeca continuaba con sus malestares haciendo
aún más lúgubres esos momentos.
No comprendíamos lo que sucedía, pero mi esposa comenzaba a mostrar
algunos síntomas extraños, entre ellos, de fatiga o agotamiento. Yo presentaba
escurrimiento nasal, tos y problemas de garganta.
Para esas alturas del mes de diciembre, se habían presentado descensos
de temperatura. Como les decía, lo normal en esa temporada; y con esos cambios
de clima, lo más lógico y consecuencia de ello, sería un resfriado.
Mi mujer y yo, nos encontrábamos muy angustiados por la situación de mi
ángel, pues cada día empeoraba y centramos nuestra atención en ello, que no
veíamos lo que teníamos encima.
A mediados de diciembre, de pronto, sentimos el golpe más fuerte de lo
que ya en nuestro cuerpo se maduraba. No teníamos idea de lo que sucedía y no
había razón para alarmarse ya que en casa, manteníamos un cuidado un tanto estricto
para evitar cualquier situación negativa.
Sentimos necesario atender el tema por lo que llamamos a nuestro médico,
era más fácil así y también evitábamos la exposición visitando el consultorio
por la situación sanitaria.
Le indicamos los síntomas que nos aquejaban: fluido nasal, tos leve,
dolor de cabeza… nada más.
Tan pronto recibimos la receta, procedimos a la adquisición de los
medicamentos y nos apresuramos a su aplicación pues era necesario estar en
óptimas condiciones para brindarle toda la atención a mi hermosa perra.
Por días, durante su padecimiento, muñeca no ingería sus alimentos (croquetas), por lo que durante ese
tiempo; buscando una opción, le compraba pechuga de pollo, con ello le hacía un
caldo con un poco de arroz para que tuviera algo suave que comer. Pero no
lograba que comiera bien. Tan pronto lo ingería, pasados unos minutos, devolvía
parte de su comida.
Me partía el corazón verla así.
Después de varios días de inyecciones, el tratamiento no surtía efecto
en nosotros, estábamos empeorando.
Ya éramos tres enfermos en casa.
Mi esposa se encontraba más grabe: yo me esforzaba por estar bien para
ayudarla, atender a muñeca y aparte, continuar trabajando, pues aun no llegaban
las vacaciones decembrinas.
Antes de culminar el tratamiento, nuestro doctor nos contactó para darle
seguimiento a nuestro estado. Le dimos los síntomas, alarmado dijo con un tono
de suma preocupación:
—Esto no me gusta, con el tratamiento
ya deberían estar superando los malestares. Necesito que se realicen una prueba
urgentemente.
Era domingo por la tarde, a dónde podríamos ir.
Dónde podríamos realizarnos la prueba en ese día y a esa hora cuando
todo se encuentra cerrado.
Mi loba ya presentaba las complicaciones.
Era apremiante acudir a un lugar.
Desesperado, busqué en internet algún laboratorio disponible pero fue
inútil; todos los que realizaban dicha prueba, se encontraban cerrados, incluso
en algunos había que acudir con previa cita, lamentablemente la mayoría, de
acuerdo a la información colocada en su plataforma sólo contaban con días hasta
después del 25 de diciembre.
Comencé a desesperarme. Finalmente recurrí a mi última opción, llamar al
teléfono de información (Locatel) en
donde después de varios minutos de espera, por suerte me contestó un caballero
quien nos realizó una especie de cuestionario. A esas alturas de las
circunstancias, tuve que fungir como traductor de mi mujer debido a la
dificultad que presentaba al hablar sin que le atacara la tos.
Después de varios minutos en la línea, el caballero nos confirma lo que
de alguna forma, ya sabíamos o sospechábamos.
¡Presentan todos
los síntomas del coronavirus!
Debido a esto se
les exhorta mantenerse en aislamiento. Su estado no es grabe por lo que no
amerita hospitalización, sólo aíslense y tomen paracetamol cada ocho horas en
caso de temperatura.
Como sucede en casos como este, cuando te dan una noticia de esta
magnitud, y con la situación actual cuya información saturaba los medios de
comunicación mostrando la gravedad de los afectados. Y viendo el estado de mi
mujer, me parecía inaudito lo comentado por el individuo, no podía entender la
recomendación.
Con suma preocupación y con una diluida esperanza en mis temores, volví
a contactar a mi doctor para confirmar la recomendación o averiguar el paso a
seguir e informarle sobre la conversación e indicaciones recibidas del personal
de Locatel.
La primera recomendación fue: ¡Necesita
hospitalización!
Mis temores golpearon mi mente.
Para ese entonces, todos los nosocomios habilitados para la atención de la
población afectada por es te maldito virus se encontraban saturados.
Debido a esto, mi doctor, viendo mi desesperación; generaba una nueva
receta, ahora con los fármacos para atacar este mal que ya hacia mella en nuestra
salud y nuestros bolsillos.
Por la atención tardía que le dimos a nuestro padecimiento,
desafortunadamente, estábamos entrando a la etapa de (grave). Mi esposa ya sufría la dificultad para respirar.
Conociendo los resultados sobre quienes padecen este mal, y conociendo
las funestas estadísticas, mis temores crecieron. Mi esposa con tos severa,
temperatura y debilidad, y mi situación, yo sólo esperaba lo más complicado.
Era veinte de diciembre.
Ahora ya tenía sobre mí, la responsabilidad de ver por mi mujer con ese
nivel de avance del padecimiento, y continuar con las atenciones a mi
convaleciente muñeca quien para ese entonces; ya no ingería nada de alimentos,
sólo bebía agua, misma que devolvía tan pronto la ingería.
Esa tarde ya presentábamos temperatura elevada. Nadie más podía
ayudarnos sólo éramos mi mujer y yo. Aún disponíamos de efectivo para lo
necesario, así que esa tarde me protegí lo mejor posible y salí a la farmacia
para surtir la nueva receta pues era apremiante atendernos. Durante el
trayecto, rogaba a dios porque no incrementara mi temperatura corporal pues de
lo contrario, quizás al intentar ingresar a la farmacia, no podría pues los
dispositivos instalados para la detención de personas infectadas lo harían
conmigo y no podría surtir mis medicamentos.
Por suerte pude realizar la compra y volví a casa. Las nuevas
indicaciones médicas también incluían inyecciones, una vez confirmado;
decidimos evitar el contacto con más personas, por esto, eché mano de videos
del internet y busqué tutoriales para la aplicación de inyecciones, así,
comencé a suministrarle los fármacos vía inyección intramuscular a mi mujer.
Protegido con mascarilla y los aerosoles antibacteriales disponibles,
recurrí a un externo para mis inyecciones, pero en mi me golpeaba la
responsabilidad. Y quería evitar el contacto en la medida de lo posible.
Por desgracia, y por toda la carga viral que ya teníamos, yo ya padecía
todo lo terrible de esta maldición pero me aferraba a estar bien por ellas y el
hogar. Eso de alguna forma me daba fortaleza pero internamente me estaba
consumiendo.
Amanecimos el día lunes más graves.
Ya presentaba incluso signos de debilidad, pero eso nuevamente pasaba a
segundo término: como lo venía haciendo.
Lunes por la mañana.
La atmosfera era lúgubre, tétrica. Algo estaba sucediendo. Esforzándome,
me puse de pie para organizar el hogar, aplicar los fármacos a mi esposa y ver
por muñeca. Me disponía a preparar algo que pudiera ingerir. Dentro de su
debilidad, mi mujer se percató de algo doloroso. Koby, mi pequeño perro,
contemplaba sentado a un lado; entonces, mi mujer se aproximó y descubrió que
Muñeca agonizaba.
Detuve todo.
Me acerqué. Sentí el cuerpo de mi ángel parcialmente frio. Ya no
reaccionaba ni se movía.
De alguna forma, sabíamos lo que se venía, pero no nos rendíamos.
Entonces nuevamente me protegí lo mejor posible. Instintivamente, le
pedí a mi mujer, se despidiera de ella pues esa situación no auguraba nada
positivo.
Aun y con la pérdida de peso, muñeca mantenía algunos kilos, con esto, y
debido a mí ya presente debilidad, aunado a ello, el problema de la
respiración, era más que evidente que difícilmente la podría trasladar en
brazos como cuando me la entregaron en el hospital. Por esta situación, y lo
difícil que es que un taxi te traslade con tu mascota, tomé la decisión de colocarla
dentro de una bolsa de asa, pues esa sería la forma más cómoda y adecuada para
llevarla. Me encomendé y sacando fuerzas de flaqueza, salí de casa cargando la
bolsa llevándola a la altura de mi pecho abrazando a muñe con su cabeza
recargada en mi antebrazo.
Tomé camino, paso a paso, pues parte de ello era en ascendente y quería
llegar con bien al veterinario.
Con los sentimientos a flor de piel, padeciendo mi mal y padeciendo el
estado de mi ángel, comencé a hablarle como si fuera una persona.
—Ánimo Mami. Ánimo.
Tú siempre has
superado todo, nunca te rendiste y sé que ahora estas luchando también. Por
favor, no dejes de hacerlo.
Lucha por favor,
pues te necesito igual que mamá te necesita.
Si ya dios te quiere
a su lado, no puedo hacer más mi amor, sólo quiero que sepas, que hicimos todo
lo mejor que pudimos para que tu estancia con nosotros fuera lo mejor posible.
Trabajé mucho para
cuidarte y mantenerte saludable. Mamá se esforzó en cuidar de tí. Nunca te
faltó alimento, mucho menos amor.
Te queremos
mucho y te amamos desde que llegaste, aun y con el relajo que armabas en casa,
siempre tu carita y tus hermosas orejas sanaban y aplacaban todo el momento.
Tu gran corazón,
siempre te llevó a secar las lágrimas de mamá cuando los tiempos no eran
buenos. Y cuando mis monstruos invadían mi mente, volviéndome el tipo
insoportable y malhumorado; tu dulce mirada, el gracioso vuelo de tus orejitas,
en automático, me volvían el tipo más dulce.
Me hiciste el
hombre más rico del mundo, porque contigo lo tengo todo.
Nos hiciste las
personas más felices porque para nosotros, no había un perrito mejor que tú.
Me diste algo
que no merezco: tu nobleza, tu amor.
¿Recuerdas
nuestros paseos por la avenida?
¿Nuestras
visitas al río donde te encantaba mojarte? Siempre amaré esos momentos mami.
Perdóname si te
faltó algo más, pero como te digo, hice lo mejor que pude para que estuvieras
bien.
Hablaba mientras caminaba paso a paso en la calle. La gente extrañada volteaba
a verme hablando solo, pero yo mantenía la conversación con mi muñeca.
—Si ya te vas mi amor, por favor,
cuando llegues al cielo, dile al señor que te quisimos mucho. Que te amamos con
toda el alma.
Dile que le
damos gracias por haber enviado al más hermoso de sus ángeles a nuestra vida:
tú, un ser que nos liberó de la soledad y nos llenó de alegría.
Por favor,
pídele me perdone pues estoy seguro que te merecías mucho más de lo que te pude
dar.
Ve mi amor,
vuelve al lado del padre.
Vuelve a casa, y
no olvides que eres lo mejor que tenemos en esta vida.
Antes de salir de casa, por la urgencia de ayudar a muñe, había
contactado al doctor quien la atendería por lo que ya nos esperaba. Después de
casi veinte minutos, finalmente llegamos.
Nos recibió la dama que funge como su asistente.
Sumamente agotado, ingresamos, apenas pude articular palabra por el
agotamiento y la falta de aire.
Por suerte no tenía ningún cliente en ese momento por lo que llegamos
directo a la plancha para su revisión.
—Pobrecita.
Dijo el veterinario al vernos.
No dimensioné esa expresión hasta que iba a colocar a mi niña a la mesa
de trabajo. En ese momento, noté que mi hermosa muñeca ya había partido.
El hipiátrico la revisó, hiso todo el protocolo necesario y sólo dijo: se fue.
En ese momento, y sin importarme el lugar y la presencia de esas dos
personas, comencé a llorar.
La abrasé nuevamente.
Comprendí que ya había partido pero aun así le hablaba.
—Ve con dios mi amor. Gracias por
toda la felicidad. Siempre estarás en mi corazón.
Adiós mi vida.
Y besaba sus hermosas orejas.
El personal de la veterinaria me dio el tiempo suficiente para
despedirme de mi ángel.
Controlé mis emociones pues había que decidir lo que haría para mi
perra.
Muñeca fue alguien especial, parte de mi familia por lo que no era justo
que al final, la votáramos a la basura, o algo así.
Por suerte, el lugar cuenta con servicio de cremación, sin dudarlo,
solicité que mi muñe fuera incinerada pues con mi estado y el de mi mujer, no
podríamos hacer nada más.
Realicé todos los trámites, liquidé los gastos y ahí, tendida en la mesa
quirúrgica veterinaria, me despedí y le di los últimos besos en la frente a mi
gran ángel.
Agradecí el servicio y titubeante me encaminé a la salida.
No quería marcharme.
Es tanto el amor, que anhelaba que todo eso fuera un funesto sueño.
A cada paso que daba, regresaba la mirada hacia ella implorando que en cualquier
momento, mi niña se levantara; y corriera hacia mí con sus orejitas volando,
como lo hacía al recibirme las tardes en que llegaba del trabajo. Pero tuve qué
aceptar que ya no la vería nunca más.
Sequé mis lágrimas, y volví a la calle.
Tomé la misma ruta que ese día, había recorrido con muñeca. Cómo rogué a
dios porque así tal cual iba regresando, mi ángel volviera de donde había
partido. Pero era imposible.
Tal pareciera que alguien mantenía la calle despejada, para ese momento,
no había un alma que me viera, sólo escuchaba los autos a la distancia bajo ese
cielo nublado.
Llegué a casa.
Abrí la puerta.
Mi mujer de pie, convaleciente esperaba mi regreso. Apenas cerré, y en
la privacidad y nuestra soledad, me solté en llanto libre y llano, desahogando
el alma sin la remota pena de que alguien me viera hacerlo.
—Se fue.
Le dije a mi esposa quien ya también presentía lo sucedido.
Por desgracia, el mal que padecíamos, de alguna forma, opacó todo ese
terrible dolor del adiós.
Para el martes veintidós de diciembre, mi mujer amaneció más grave. Había
qué moverse para su atención debido a que ya eran constantes los ataques de tos
que incluso la dejaban si respiración.
Por fortuna, ese día, y como las lecciones que la vida te da; y esos
aprendizajes, mi amigo acudió a nuestra ayuda.
Sabiendo que para esos días, y por la complejidad de los tiempos,
difícilmente recibiríamos atención médica; entonces nos suministró nuevos
fármacos, aun y con mi gravedad que de alguna forma manejé y controlé, preferí
que mi mujer recibiera el tratamiento.
Desde niño aprendí a aplicar la parte mental para sanar, realmente no
estoy seguro de que esto funcione pero hice todo lo posible por controlar la
gravedad de mi situación.
Las noches eran eternas. Me daba mucho temor cada que le atacaba la tos,
y me dolía verla desesperada intentando recobrar el aliento. Casi no dormíamos,
por una parte: mis ataques, por la otra: el estar al pendiente de ella para
darle seguimiento a los horarios para la toma de los medicamentos.
Perdimos la noción del tiempo. Así llegamos a la nochebuena que pasó
desapercibida, para esas alturas, por fortuna, mi mujer milagrosamente comenzaba
a dar indicios de recuperación. Yo por el contrario, continuaba empeorando, ya
era muy difícil el respirar con los ataques de tos.
Días antes, mis hermanos radicados fuera del país, como cada fin de año;
tuvieron el detalle de comunicarse con la familia para desearnos felices fiestas,
de esa forma supieron de nuestra situación.
Nosotros guardábamos discreción pues no queríamos preocupar a la familia
o causarles alguna molestia.
Nuestro efectivo ya estaba en los últimos billetes. Sobrevivíamos.
Mi hermano tomó la batuta, y solicitando el enorme favor a otro elemento
de mi familia, proporcionó los medios (dinero)
para nuestra atención. Esa tarde del veinticuatro, comenzó mi suplicio,
respirar ya era un tanto difícil. Dentro de todo el coctel de medicamentos que nos
prescribió el médico, incluía fármacos para despejar las vías respiratorias; a
ello recurría para poder recobrar la respiración hasta que se cumplieran las
ocho horas párala otra dosis.
Ignoraba lo que se podía hacer en estos casos.
Intenté de alguna forma, conseguir un concentrador de oxígeno o algún
tanque del mismo, pues mi situación ya era alarmante.
Mi mujer continuaba padeciendo los estragos del maldito virus, por
suerte, había entrado como en una especie de estabilidad pues no empeoraba. Continuaba
con la tos y la falta de sabores que fue uno de los síntomas, así como dolor en
las articulaciones, pero la temperatura elevada cedió entre otros de los
efectos de este mal; eso de alguna forma me proporcionaba un poco de calma, pareciera
que el tratamiento suministrado por mi amigo doctor, surtía efecto.
La asistencia había llegado.
Una de mis primas, quien hacía mucho tiempo no veía, fue quien aceptó la
encomienda para apoyarnos en esta causa.
Protegida lo mejor posible y con todas las medidas, acudió a nuestro
hogar en nuestra ayuda.
Me sorprendió la soltura con la que enfrentó todo esto. Se movilizó para
proporcionarnos alimentos preparados, algo que en esos momentos se nos
complicaba.
La experiencia que ya había tenido por el padecimiento de sus padres por
este mismo mal, de alguna forma ayudó para ponerlo en práctica con nosotros.
La gravedad de mi estado ya era un tanto alarmante.
La presencia de mi familia como apoyo, me dio la fortaleza y la
confianza suficiente pues yo prefería que toda esa atención se centrara en mi
esposa quien tenía algunas dificultades en su movilidad.
Para ese entonces mi estado ya era muy complicado. Esa noche, cuando la
mayoría celebraba la noche buena, yo me debatía entre el presente y el más
allá.
Se me dificultaba el respirar.
Tosía constantemente que sentía me explotaba el pecho.
Mi mujer padecía mis ataques con el ruido, y con angustia, contemplaba
cómo se me iba la respiración.
Sufría con las temperaturas de más de 40 grados que sentía me ardía todo
el cuerpo.
Sentía que no vería de nuevo el sol del siguiente día.
Amaneció.
Mi debilidad ya era más que evidente.
El recorrer el pasillo para llegar el cuarto de baño ya representaba un
riesgo, recorrer la calle, por lo menos una cuadra para conseguir alimentos era
ya una sentencia de muerte, ya no podía más.
Por suerte, el angel que acudió a nuestra ayuda, nos proveía de alimentos,
lo necesario y lo que podía trasladar, pues su vivienda se ubica aproximadamente
a 15 km de distancia.
Así librábamos por lo menos, una parte de esa necesidad.
Todo se llenó de dolor, de temor y tristeza, evitaba salir, pues al
vivir en un lugar de alquiler, venía a mí el temor de ser desalojado pues
durante esos tiempos, surgía en los medios algo así.
Familias que eran desalojadas de sus viviendas por el riesgo que
representaban al ser portadores de este virus, y habían personas que de alguna
forma, discriminaban a un doctor, enfermera o algún personal del sector salud
por el temor de ser portadores. Por eso evitábamos exponernos.
De ese modo, evitábamos estar en contacto con el exterior y evitábamos
llamar la atención de los vecinos y del arrendador.
Pensaba positivo siempre, pero el dolor me hacía sucumbir, pero no
quería mostrar mi debilidad ante mi mujer que poco a poco iba recuperándose. No
quería provocarle una recaída, ya con la depresión que sufríamos era
suficiente.
Esa tarde, con todo el temor, con toda la tristeza y el dolor, viendo a
mi esposa y a mi Gabriela quien nos ayudaba, le dije:
¡Quiero ir a un hospital, no puedo más!
Mi esposa angustiada objetó argumentando y con toda razón, la situación
en los nosocomios.
Y tenía toda la razón.
Saturación, falta de personal y medicamentos lo cual seguía englobando
las estadísticas de fallecimientos en los hospitales. Gaby me decía:
¡Te entiendo
perfecto, pero todos los lugares se encuentran saturados, aun así buscaremos un
lugar para atenderte!
Fue una forma sutil de decirme que no.
Llegó la noche del veinticinco de diciembre, y nuevamente la oxigenación,
ahogarme durante la larga noche.
Tosía, tosía sin que nada me ayudara.
Angustiada, mi mujer deambulaba nuestro cuarto mientras yo en la cama
sólo apretaba el pecho y por momentos la cabeza que sentía me estallaría.
Ya era insoportable y doloroso.
No dormí nada. Pero esa noche sucedió algo extraño.
Dentro de todo el escándalo que producía con los arranques de tos, en
los intervalos, mi mujer intentaba dormir. Tendido en la cama, después de sólo
dejarme caer debido a la debilidad, mis pies hacia la cabecera, y sólo me preparaba
para un nuevo ataque.
Agotado, me sentía confundido, no estaba seguro si me quedaba dormido o
perdía el conocimiento, pero en una de esas; y gracias a la raquítica luz de
una serie navideña que habíamos colocado como decoración de la época, noté una
silueta junto a nuestra cama. Traté de articular palabra para preguntarle que
hacía, pero no fue posible. Seguro estaba que era mi mujer contemplándome en mi
padecimiento, pero estiré la mano no para tocarla, sino para acomodarme, y
entonces, sentí los pies de mi mujer que dormía profundamente junto a mí,
levanté la vista; y la silueta se perdió en la oscuridad que se formaba a cada
cambio del movimiento de la serie navideña.
No sentí temor, mi estado ya no me daba para ese sentimiento, y así
amaneció.
Ya batallaba mucho para moverme sin que la tos me derrumbara.
Entre la falta de fortaleza y del sabor, desayuné lo poco que pude y lo
poco que teníamos disponible.
Ese día veintiséis de diciembre, el ambiente era otro, la luz del sol
era muy diferente; no sentía nada de la temporada, todo era martirio.
Me sentía extraño.
Los ataques de tos ya se presentaban desde temprano, me sentía como
hipnotizado, evitaba hablar para no toser. Mi hermana y mi hermano, intentaban
comunicarse conmigo vía video llamada, pero me era imposible evitar el ataque,
por esto sólo les enviaba mensajes de texto.
Al no tener respuesta sobre algún hospital que me prestara atención, me
iba resignando pues ya me enfilaba a lo peor.
Trascurría el tiempo, sentía el conteo regresivo pues conforme avanzaban
las horas mi cuerpo se debilitaba y mi respiración disminuía cada vez más. No
quería alarmar a mi mujer, en mi silencio, sólo intentaba darme masajes en el
pecho con mi ya nula fuerza con el fin de aparentar que todo estaba bien, pero
fue imposible.|
Mi mujer, con el llanto en los ojos, sólo me veía retorcerme en la cama víctima
de la tos, qué podía hacer.
Pasado el mediodía, y a pesar de ya haberme inyectado Dexametasona hacia
tan solo unas horas dije:
¡Mami, por
favor, inyéctame otra dexametasona porque ya no puedo más!
Mi esposa dentro de su angustia y desesperación, atendió mi petición.
Ese era ya mi fin, mi último día.
Respiraba con mucho esfuerzo.
Jamás había sentido algo así.
El medicamento ya no surtía efecto.
Sentía que algo en mí poco a poco se iba apagando, entonces, en mi mente
comencé a hablar con el creador.
—Señor. Soy un
cobarde padre mío, si éste es el fin, por favor, elimina el dolor; a mi ser, y
a mi familia y a los pocos que me consideraron su amigo.
Me estaba rindiendo porque comprendí que ya no había vuelta atrás.
Me esforzaba para no mostrar la angustia de no respirar y complicar la
recuperación de mi mujer.
En eso estaba cuando de pronto, sonó la notificación de mi teléfono
celular. No quería revisarlo pues posiblemente eran mis hermanos y no quería
que me vieran en ese estado, pero no. Era Gabriela, mi prima, atendí la llamada
con dificultad.
—Ya estoy aquí. Dijo.
— ¿Aquí? Contesté en mi
aturdimiento.
— ¡Estoy afuera! Dijo.
Me puse de pie. Paso a paso, lentamente me dirigí a la puerta principal,
abrí y me encontré a mi ángel conservando la distancia pues con el ajetreo, no traía
consigo la protección necesaria para ingresar a casa.
Te conseguí un
concentrador de oxígeno y un tanque portátil también de oxígeno.
La esperanza volvía. Era justo lo que necesitaba en esos momentos.
Como dije, ella no pudo entrar por lo que como pude, metí ambas cosas
con la poca fuerza que me quedaba.
Minutos después, a través de video llamada me instruyó para conectar y prepararme.
Primero me ayudó a conectarme al pequeño tanque.
Con las manos temblorosas, conecté las mangueras y la mascarilla, me la
coloqué y al recibir los primeros soplos; mis pulmones sentían un ligero alivio
al igual que mi cuerpo.
Ignorante, confié en ese elemento que me daba mucha esperanza.
Siguiente paso.
Procedí a instalar los aditamentos del aparato como es el vaso
humificador, mangueras y la mascarilla. Después de esto, y tras buscar un lugar
adecuado y cercano a mi cama, finalmente me dispuse a conectar adecuadamente el
concentrador de oxígeno. Seguí cada paso meticulosamente por lo que implica.
Con la ayuda del cilindro, preparé todo y en cuanto todo estuvo listo,
encendí el aparato que me serviría de apoyo en este dramático momento. Tenía
todas mis esperanzas en lo que por suerte, Gabriela, mi prima, había conseguido
para mí en esa emergencia.
Me senté.
Oprimí el botón de encendido. De pronto se disparó un sonido de alarma y
una luz roja comenzó a parpadear, sorprendido, consulté con Gaby.
— ¡Eso no debe suceder, sólo debe
tener encendida una luz verde y nada más! Dijo.
Cuidadosamente verifiqué las conexiones y todos los aditamentos que hace
unos minutos había instalado, intenté localizar lo que posiblemente pudiera
haber hecho mal.
Volví a encenderlo y automáticamente se activó la alarma que indicaba
error. Mis nervios se disparaban.
Para ese momento, el teléfono de Gaby estaba a punto de quedarse sin
batería, esperanzado, sólo pregunté sobre la duración del pequeño cilindro.
—En el nivel que lo utilizas, sólo
durará un poco más de dos horas. Fue lo último que dijo y su teléfono se apagó.
Comencé a angustiarme, pues la dexametasona ya no surtía efecto y sólo
tendría dos horas de oxígeno del cilindro.
Mi angustia crecía, empecé a temblar de miedo, pero no era por el temor
a morir; era por lo doloroso que eso pudiera ser.
Volví a insistir en corregir cualquier error en la instalación y conexión
del concentrador, todo aparentemente estaba en orden.
Oprimí de nuevo el botón de encendido y se disparó de nuevo el sonido de
alarma.
Mis esperanzas se fueron difuminando al igual que mi valor.
Mi resignación no tardó en aparecer. Temblando y desesperado sólo me
volví a sentar y me solté a llorar. En cada momento me agitaba más, sentía como
un bloqueo en la garganta que me dificultaba el respirar.
—Padre, si ya es el momento, por
favor, protege a mi familia. Intentaba orar.
En eso sentí algo extraño, algo así como una calma, paz.
Mi mente estaba centrada en lo que pronto llegaría, en ese momento, como
si estuviera en una especie de delirio; llegaron a mí las imágenes de mi muñeca
con su dulce mirada y sus lindas orejas.
Sentí como cuando en los momentos difíciles, se acercaba a consolarnos
al vernos llorar.
Vi una de las veces en que me pedía de comer y si no le hacía caso,
pegaba un ladrido señalando su plato de comida. Pude ver cuando me señalaba el
lugar en donde guardaba su correa porque quería salir a la calle. También
cuando me guiaba para encontrar su pelota, el juguete que había extraviado días
atrás. En eso, abrí los ojos como si algo me iluminara.
Como si muñeca me guiara, analicé de nueva cuenta la instalación del
aparato que se supone, me proporcionaría el oxígeno. Con la mirada y aun con el
sollozo y temblando, paso a paso examiné todo, finalmente oprimí el botón, se
disparó la alarma; justo al lado donde se ubica el vaso humificador había un
pequeño display con una perilla, sin saber lo que sucedería la giré, entonces
el medidor de flujo se empezó a elevar desapareciendo el sonido.
Por fortuna, con esta ayuda para mi recuperación y con la ayuda de
tratamientos médicos, fui mejorando hasta sanar después de algunas semanas.
Tras este episodio, y después de todo lo vivido, recordé algo que cuando
niño, mi abuelo me había contado, unos días después que mi primer mascota había
fallecido.
—En el mundo, existe un animal con
un alma pura y noble. El perro.
No hay un ser en
la vida tan fiel como ellos. Son seres que te aman más que a sí mismos.
Pueden padecer
hambre o tormentas, pero nunca te abandonarán
Son seres tan
especiales, que desarrollan un gran amor por sus humanos por lo que permanecen a
su lado en tanto la vida se lo permite. No conocen de rencor o de malicia.
Están contigo,
incluso si les haces daño.
Su lealtad llega
a tal nivel, que dan su vida protegiendo la de su amo.
Incluso decían
los ancestros, que un perro es un enviado de dios: una especie de ángel, es por
eso el gran amor que tienen hacia la especie humana.
Existe una
conexión espiritual y con el universo que un perro, puede dar su vida
protegiendo al humano.
Los perros
sienten y también sufren la pérdida de un ser humano, eso está demostrado. Pero
existe un acto más sublime y glorioso que un perro es capaz de realizar por el
hombre.
Los perros
sienten cuando algo anda mal, sienten el dolor del ser humano cercano a él (su
amo), quizás por esa conexión celestial o espiritual.
Los ancestros
decían justo eso.
Hay perros que
tras percibir una situación así, sentir el difícil estado de salud de su ser, o
a punto de fenecer, el perro de alguna forma entrega su vida a cambio de la de
su ser querido, dejando así lo terrenal habiendo brindado su vida porque su
humano viviera.
No sé, no quiero mal viajarme, y cuando pienso en eso se me llenan los
ojos de llanto al pensar que mi hermoso ángel, mi hermosa muñeca, entregó su
vida por la mía.
Pensar en eso, me hace querer y respetar aún más a esos hermosos seres
divinos, que son dulces con su presencia, su mirada y juegos; y que se duelen y
sufren en silencio, pero no pierden esa esencia, la del amor.
Hoy a través de este humilde y sencillo blog, quiero agradecer a todas
las personas que me brindaron su apoyo en ese momento que me estaba matando,
pero que al mismo tiempo, me mostraban cuan sublime es el amor y la amistad que
en el momento más difícil, hicieron acto de presencia y me libraron de una
muerte segura.
Gracias a todos y cada uno de ellos. Dios les bendiga.
Gracias a ti muñeca por hacerme feliz con tu presencia durante dieciséis
años. Te quedas en mi corazón pero cuando llegue el momento, sé que nos vamos a
encontrar nuevamente para jamás separarnos.
Muchas gracias por todo.
(Fin)
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